Océanos y estrellas

El tiempo se ha parado, la luz abandona la habitación, el sonido de los platillos continúa resonando entre las cuatro paredes de este pequeño cuarto.
El humo prosigue su ascenso imparable hasta el techo de desconchada pintura, mientras los charcos que empapan el suelo dejan de contener infrenables ondas.
Nuestros cuerpos tendidos están sobre el suelo, inertes, medio desnudos, con los ojos abiertos de par en par y en blanco, fruto del mortal éxtasis que vivimos.

Los tambores comienzan a retumbar como de si melodías tribales de guerra se tratara; los fluorescentes que cuelgan desde el techo comienzan a agitarse y a centellear débilmente y las guitarras prosiguen con su infernal rasgueo.
La visión cobra al fin el sentido y nuestros músculos recobran la movilidad dejando atrás el agarrotamiento que los dejaron inmóviles. Truenos y centellas descienden sobre el mundo por última vez, y así ha de ser. La melodía adquiere ritmo rápidamente, la batería retumba sin cesar, nuestros cuerpos adquieren la vida de nuevo.

Ahora, vamos, muévete, ven conmigo, se aproxima el momento. Agárrate a mi mano, el humo inunda nuestros pulmones ya, volaremos hacia los confines de Saturno.
Escucha la música, ésta melodía, inquieta, con los ojos cerrados, y puedes ver como todo recobra la luz de nuevo, aunque sea inútil ya, todo vuelve a su ser.
Queda poco tiempo, despídete de la banda ya. Nos obsequian con su última canción, aprovechémosla.

Y mientras nuestros cuerpos se funden al son de los solos más profundos y místicos, todo se desmorona. Comienza a venirse abajo el techo, caen las estrellas precipitándose sobre nuestras cabezas, es hermoso. Tiemblan las paredes y las ventanas estallan, dejando entrar las aguas del océano que lo destruyen todo a su paso sin piedad. En la inmensidad de nuestra pequeña habitación todo se viene abajo, rindiendonos la despedida.
Los músicos luchan por seguir tocando la preciosa melodía mientras las aguas alcanzan inevitablemente sus cuellos; gracias, chicos.

¡No pares, sigue moviéndote, déjate llevar! ¡Es el fin del mundo, seremos libres al fin!

La canción se dirige a sus últimas notas como las aguas que vislumbran las vastas y salvajes extensiones del océano ante la impotente mirada del sol que muere tras el horizonte vertiendo sus lágrimas al mar. Entre el clímax de los instrumentos que ahogan su lamento lentamente, miramos hacia arriba, fascinados, contemplando la superficie del océano y del universo, que fundidos en uno solo, se desploman sobre nosotros.
Abrázate fuerte, es nuestro momento, seremos libres, al fin. 

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