Besos de pólvora

Nos sobran las balas.
Cajas y cajas de cartuchos de munición, proyectiles destinados a atravesar la carne de aquellos que son llamados "nuestros enemigos".
Atrincherados en esta vieja casa medio derruida en medio del paraje yermo de California, bajo un sol abrasador que baña el mar de arbustos, cactus y cabezas de ganado, las balas sobrevuelan nuestras cabezas como enjambres de enfurecidas abejas.
Marte y Plutón prosiguen su camino allí arriba en el universo, sin darse cuenta de que a ti y a mi nos queda poco tiempo.
Sin parar de disparar, de reir, de llorar, de comernos las miradas con los dientes de nuestros sentidos, gastamos munición, sueños perdidos que dejamos atrás por su gran peso, y otros que llevamos en nuestros bolsillos a cada lugar que visitamos.
El centelleante sol da paso a la tormenta, y los violentos relámpagos asustan a los caballos, que relinchan nerviosos entre la tormenta de arena del salvaje Oeste en el que nacimos, crecimos, nos conocimos y en el que moriremos, enamorados, como dos seres enfundados en ropas polvorientas.

Apunta y dispara, que no hay tiempo que perder. Los cuatreros nos rodean y la caballería hoy no vendrá. No hay futuro para nosotros dos en estas tierras dejadas de la mano de Dios.
Acuérdate de cómo cabalgábamos entre las reses, en medio del cañon sin apartar los ojos de nuestros cuerpos, sin atender a nada más que nuestros propios deseos. Era todo tan perfecto...

Y aquí estamos, por desearnos tanto y no prestar atención.
-A quién le importa!!!!- Gristas furiosa ante la sorprendida mirada de los cuatreros que intentan matarnos y robarnos todo aquello que tenemos, asediándonos sin cuartel, sin compasión.

Resignados, disparamos los últimos cartuchos; resistencia final intentando sobrevivir, sin poner tampoco demasiado empeño en la tarea. ¿Para qué? Todo tiene un final. Y el nuestro está llegando hacia nosotros ahora mismo. Es inútil oponerse.
No nacimos para esto; nacimos para acabar así, simplemente tú y yo, juntos, en el Oeste o en China, cuidando de ganado o estudiando contabilidad en cualquier escuela dominical de mala muerte.
Así es. Tú y yo. Haciendo a la lujuria avergonzarse de su propio significado.

Y mirandote fíjamente a los ojos, comprendo que tú piensas exactamente los ojos.
Los revólveres yacen ya inertes en el polvoriento suelo del desfiladero, reflejando los relámpagos que cruzan el firmamento ferozmente.

-Quítate la ropa.- Me dices suavemente entre susurros.- Volvamos al Oeste salvaje de verdad.-

0 comentarios:

Publicar un comentario