Explosión

Hay mañanas en las que es mejor que Morfeo no se separe de nosotros, que nos mantenga en ese estado de paz transitoria, de tregua con nosotros mismos, al que llamamos sueño.
Esas mañanas en que desde el mismo instante en que abrimos los ojos, los pensamientos se centran en una persona, por inalcanzable que sea. Sentimos sensaciones tan dispares como euforia y sopor, tranquilidad y nerviosismo, ternura y frialdad.
Es increíble como una soleada mañana se torna en un nublado día, compuesto de nubes de pensamientos que te aíslan del mundo, convirtiendo a una persona que normalmente es un torbellino, un derroche de energía y alegría, en un lastimoso trapo viejo, usado, pisoteado, fruto de antiguas vivencias y experiencias que vuelven a un cerebro ansioso de encontrar esa conexión que lo devuelva a la vida, y que lo saque de esa desilusión y el intenso adormecimiento.
Cuando ya te estás acostumbrando a ese estado casi vegetal, aparece a tu lado la persona que en poco tiempo te muestra tanto cariño y confianza, que te mantiene comiendo de la palma de su mano, y que te devuelve a la vida, sacando de tu día esos grises nubarrones y esculpiendo en tu cara la más sincera sonrisa.
No se puede explicar con palabras el agradecimiento que siento hacia ti, ese amor irracional, tierno y puro que nunca se romperá.
Gracias otra vez.

Oscuridad y cristales rotos

Estás mal.
Sientes dolor, confusión, rabia, pena y frustración.
Te aíslas en una caja de cristal, con la esperanza de salpicar a aquellos que quieres cuando explotes.
Pero a veces, esos viejos y nuevos demonios que te atormentan, no los puedes ahuyentar tu solo, pero la realidad es ésa, no cuentas con nadie más.
Todo comienza a oscurecerse a tu alrededor, y ves como la gente se marcha, poco a poco, ante tus ojos, sin hacer nada para evitarlo.
Y ahí estás tú, solo, dentro de tu caja, sin saber qué hacer ni qué decir. Pero lo único que te importa, es no causar problemas a las personas que realmente te importan, la gente que quieres.
La luz termina de apagarse, y todo queda a oscuras, mientras la caja se resquebraja y sales de ella despacio. Pero afuera no hay nadie esperando, y si hay alguien, no puedes verle.
Entonces qué queda?
Tan sólo el vacío: los que dijeron que permanecerían a tu lado, huyeron; los que te querían, se cansaron de esperar; y los que te odiaron, hoy se alegran de verte así, hundido.
Sientes que al otro lado de la oscuridad, hay alguien, que te observan, pero no puedes llegar a ellos, de manera que esa oscuridad que te engulle, se hace más y más intensa, pesada, casi sólida, aplastándote contra el suelo, y tu mano, levantada, expectante de ser asida por otra mano, sucumbe a la oscuridad.

Sabes que saldrás de la pesadilla, pero sufres más por no herir a los demás, que por ti mismo.

Amor eterno

La noche cae tranquilamente desde el horizonte, llorando finas lágrimas sobre nuestros pálidos cuerpos, juntos, mientras las estrellas permanecen inmóviles y parpadeantes, en el cielo. La de hoy es una noche templada, ideal para pasear descalzos entre los antiguos mausoleos y tumbas.

Nuestros profundos nichos, que un día nos acogieron para no dejarnos escapar nunca más, están vacíos, carecientes de sentido.
Las gotas de lluvia resbalan por nuestros fríos y pálidos cuerpos, y la luna nos ilumina tenuemente, dándole a tu pelo un hermoso brillo y un aspecto fantasmagórico.
Me paso las horas mirándote a los ojos. Están tan bellos como la última vez que nos vimos con vida, aquella gélida noche en la que el mar nos tragó fundidos en un cálido abrazo. Como entonces, puedo verte a través de ellos. Puedo ver tu corazón, tus sentimientos, tu alma, mi alma.
Nuestros corazones, aunque están muertos, continúan palpitando al mismo ritmo, sincronizándonos perfectamente. Lo habría dado todo por que tu corazón aún siguiera latiente, rebosante de vida e ilusión.

Pero aquí estamos, juntos, contemplados por las estrellas, tirados en el suelo del cementerio, observándonos y acariciándonos suavemente la piel con nuestros dedos inertes, leyéndonos las mentes, haciendo que las palabras sobren.
Dos almas unidas para la eternidad, enterradas profundamente, a salvo del inexorable paso del tiempo.
El leve rumor del viento acoge nuestro idilio nocturno, y los primeros rayos del sol asoman tímidamente en la lejanía, avisándonos que nuestro tiempo se agota, hasta que nos volvamos a ver, la próxima noche.

Que descanses, amor.



Último susurro

Lentamente comienzo a abrir los ojos. En mi cabeza sólo resuena un fuerte zumbido, y todo gira a mi alrededor con rapidez. Siento punzadas de dolor en mis piernas, mis brazos y mi cabeza, y un fuerte olor a vómito lo inunda todo, produciéndome arcadas.
Miro a todas partes sin comprender nada, sin pensar. Estoy en una habitación cerrada en la que sólo entra luz por una pequeña rendija en la pared, proyectando sombras por todas partes.
Dios mio, no puedo mover los brazos ni las piernas y con pánico veo como estoy amarrado a una vieja silla con unas gruesas y oxidadas cadenas, desgarrando por completo mis muñecas.
Sigo mirando a mi alrededor, mientras mis ojos se adaptan a la oscuridad, y veo grandes manchas de sangre seca en el suelo, pedazos de sonrosada carne y trozos de metal oxidado, telas empapadas de sangre y cadenas que cuelgan de la pared.
Un estremecedor grito recorre cada uno de mis huesos paralizándome de terror mientras alguien intenta abrir la puerta de metal de la habitación.

Entonces algo luminoso y fresco me saca de aquella tremenda pesadilla.

Es una agradable mañana de primavera, y tu me acabas de despertar con uno de tus besos.
Gracias adiós... fue tan real... creí que tu "te quiero" sería el último susurro de mi vida.

Rudolph, el forense aburrido.

Oh, pobre Sinyster... Qué es lo que te pasa?
Ahm...te has enamorado,verdad??
Si,ya veo que sí, te han robado el corazón... ese profundo y sangriento hueco vacío en tu corazón lo delata. Además, estás más pálido que de costumbre, y hasta te cambia el carácter! Sí, seguro que es amor.

Cómo pasa el tiempo... Aún recuerdo aquella lluviosa noche de invierno en la que llegaste aquí, a la morgue, en aquella preciosísima bolsa azul de la policía.
Incluso recuerdo que te pregunté cómo moriste, sin darme cuenta de aquel montón de puñaladas de cosían tu cuerpo centímetro a centímetro.
También recuerdo que eras tímido, apenas salías de tu cámara frigorífica para hablar con los demás cadáveres.
Y quién es la afortunada? Rose? Gravy? Bleeding?. Supongo que será Rose, ya que es la única que conserva todos sus miembros... Tienes buen gusto!
Estabas tan desilusionado por el abandono de tu chica...y ahora, radiante! Me alegro por ti, de verdad.
Y se lo has dicho ya? A qué esperas, invítala a ir a un cementerio bonito, alquila un nicho, regálala alguna corona de flores...
Ah, no. No te atreves... Ya, crees que es imposible... Pues es una verdadera lástima, hasta tenéis el mismo número de puñaladas, 270.

Bueno, tu tranquilo, ya encontrarás otra... Es lo que tiene la morgue, jamás está vacía.

Tu rencor es nuestra pena

"El eneasílabo es el metro más sombrío del español, y uno de los más endiablados. Lo cultivó Neruda con una naturalidad y una soltura que dan miedo y, por supuesto, envidia. "

Semillas de rencor afloran,
condenando toda una vida,
sus raíces cubren y ahogan,
con una fuerza desmedida,
y tus manos sólo se aferran,
a la más terrible salida,
miles de recuerdos ya llenan,
tus venas de implacable ira.

Ese rencor, tu vista ciega,
ahogándote en tu sufrimiento,
y con tus instintos él juega,
para sumirte en un tormento,
del que sólo escapas si pruebas,
pura sangre como alimento,
pero tras su muerte no llega,
alivio al corazón violento.

Y ahora sufres nuestra pena,
castigándote por tu traición,
ya que rompiste la cadena,
que formaba nuestro puro amor.




Radiantes...

El lejano sonido de unas campanas inunda cada rincón del precioso paisaje. Una gran pradera repleta de árboles que impregnan la vista de tonos amarillentos y anaranjados, al pie de grandes montañas.
El cielo está salpicado por diminutas nubes dejando que los rayos de sol bañen todo cuanto está a nuestro alrededor, mientras una ligera y fresca brisa otoñal mece suavemente las copas frondosas de los árboles, arrancando pequeñas hojas que cubren el suelo bajo sus ramas.
En medio de la pradera, se alza una pequeña pero hermosa capilla medieval, con cada palmo de pared cubierta por una densa hiedra.
Dentro de la capilla se respira la más pura felicidad. Ni un alma cabe ya, para contemplar como los radiantes novios se unen para siempre.
Los invitados, impecables todos ellos, tienen cincelados en sus rostros unas amplias sonrisas, mientras esperan pacientemente el esperado enlace.
El sacerdote pronuncia bonitas palabras en latín mientras los novios, se miran dulcemente, cogidos de la mano, radiantes.

De repente, todo queda inundado por la oscuridad, el silencio es sepulcral. No se escuchan las palabras del sacerdote ni el murmullo de los invitados, no se percibe el característico olor de las capillas, no hay nada en absoluto.

El lejano sonido de unas campanas inundan cada rincón del tétrico paisaje. Una gran pradera repleta de árboles desnudos y secos, al pie de las negras montañas.
El cielo está completamente inundado de oscuros nubarrones, impidiendo que los rayos de luna iluminen débilmente nuestro alrededor, mientras un despiadado vendaval azota los desnudos árboles, produciendo un escalofriante silbido.
En medio de la niebla, pueden contemplarse las ruinas de una capilla medieval, cubiertas por completo por musgo y afilados zarzales.
Dentro de la capilla, se respira un cargado ambiente, un olor a cobre y sal, a sangre. Ni un sólo cadáver más cabe dentro de las ruinas.
Los invitados, yacen sobre su propia sangre, con sus ropas hechas jirones, con una terrorífica mueca de horror y dolor grabadas en sus rostros.
En el altar, dos cuerpos reposan uno junto al otro iluminados por frágiles rayos de luna y salpicados por gotas de sangrientos rubíes, cogidos de la mano, radiantes.


5:00 AM

Es tarde, las cinco de la madrugada. Tirado en la cama, con los ojos fijos en el techo. Es una mirada perdida, una mirada que no contempla nada en absoluto. Restos de lágrimas cruzan mi cara hasta ir a parar a la almohada.
¿Qué hago mal? Esa pregunta ronda mi mente sin parar, taladrándola una y otra vez, durante horas, mientras me rodea la profunda oscuridad de mi habitación.
Me he preguntado tantas veces esta noche si existirá la persona que realmente encaje conmigo, que el sentido de la pregunta ha terminado por esfumarse. Quizás sea hora de borrar todos esos sueños en los que tu y yo nos besamos bajo la lluvia, fundidos en un eterno abrazo, mientras que el tiempo se detiene y nos convierte en el centro del universo.
Sueños que se convirtieron en nombres escritos a fuego dentro de mí, nombres que fueron representando ilusiones, ilusiones que ahora no son más que polvo que el aire extiendo por el suelo mojado.

Sigo mirando al techo. El techo sigue mirándome a mí.
Será mejor que me duerma.

Zombies

Puedo sentirlos. Están ahí fuera. Siempre están ahí fuera, esperando, no se aburren. Desde aquí se oye su hambriento e incansable murmullo. Son tan pesados...
Amigos, compañeros de clase, profesores, señoras de la limpieza... todos vagan día y noche detrás de esta puerta en busca de una lisa piel y un fresco cerebro de los que alimentarse. Y yo subsistiendo a base de míseros sándwiches de chopped... no me gusta el chopped, mamá.

Todo empezó cuando una de las profesoras a la que tanto odiábamos, llegó a clase sofocada y con aspecto de engendro y con unos pelos extrañísimos, repitiendo una y otra vez que nos comería, pero conociéndola, quien iba a sospechar? Tan sólo somos alumnos de ciclo formativo, no se nos puede pedir más!
A partir de ahí, los infectados se iban extendiendo por todo el instituto... vi con una extraña curiosidad, como unos pequeños zombies endemoniados, destrozaban y devoraban a uno de sus profesores. Seguro que era el de matemáticas. Se lo tiene merecido.
Viendo cómo se estaba arrugando el día, decidí coger a mi novia y encerrarnos en el cuarto de baño. Si aquello iba a ser el final, qué menos que morir con el cigarrito de después. Ja!, triste iluso...

Ahora ya no me quedan más balas en la recámara de mi revolver, (cortesía de uno de mis compañeros, amante psicópata de las armas de gran calibre, pero que nunca se molestó en buscar en google cómo se utilizan). La última bala la tuve que usar para evitar que mi novia intentara despellejarme vivo una y otra vez... Aquello no era lo que yo esperaba precisamente. Y ahora, oh...mirarla! Está taaan bella con su medio cráneo, con toda esa sangre resbalando por su piel, con esos grandes ojos tan abiertos... Siempre fue una chica observadora, pero no darse cuenta de que uno de los profesores infectados la había mordido... En fin, nadie es perfecto.

Yo me quejaba de que mi fin de semana sería tremendamente aburrido, como de costumbre, pero tengo que admitir, que nadie podría resistirse a vivir un apocalipsis zombie!!!

El Conde Chusk, y la maldición del "Bastardo Parlante"

Capítulo 2: La bruja Árninesth.

El invierno había llegado al Valle del Thiedrar, con varios meses de antelación. Estaba siendo un invierno realmente terrible. Todo el valle poseía un aspecto lúgubre, una densa y negra bruma cubría cada palmo del terreno, los árboles, desnudos, crujían bajo los violentos vendavales, los tejados de las aldeas soportaban centenares de kilos de gélida nieve y ni un solo rayo de sol se atrevía a asomar entre las oscuras nubes.
Todo el valle parecía la viva imagen de la muerte.
Cosechas arruinadas, decenas y decenas de cabezas de ganado yacían muertas en las granjas, habitadas cada vez por menos granjeros, pues las hambrunas les expulsaban a golpe de entierro de aquél lugar.

En el arcano, los brujos estaban sumidos en una miseria inusual, asfixiados por los impuestos del condado.
Se concentraban en prepararse para la batalla. Todos los curtidores de la zona se afanaban en fabricar armaduras de cuero, los maestros rúnicos grababan runas de combate en los bastones de los brujos sin cesar y todos y cada uno de los aprendices de brujo pasaban los días de invierno practicando hechizos de escarcha y fuego, rituales de vinculación y transformaciones, con los que combatir a los fieros soldados del Conde Chusk.

Esa misma noche sería decisiva para el futuro del condado.

En el interior del castillo condal, la situación era similar.
Días atrás, uno de los mejores espías del Conde apareció con sus ropas y pelo chamuscados, informando de que había escapado del arcano cuando descubrió como los brujos se preparaban para iniciar una guerra.
Cuando el Conde Chusk oyó tan terrible noticia, abandonó rápidamente las fraudulentas cuentas del reino para dedicarse a dirigir los preparativos para la batalla.
Las fraguas inundaban el cielo de un negro y apestoso humo, los herreros reparaban armas y armaduras y en los establos se terminaba de herrar a los pesados caballos de guerra.
No podían dejar que los brujos se alzaran contra el condado y se hicieran con el poder.

Aquella noche de invierno aún no se ha borrado de mi memoria. Jamás he visto nada tan cruel. La lluvia violentamente, resonando en las armaduras de metal de los soldados, miles de relámpagos cruzaban el negro firmamento, como si fueran resplandecientes testigos de la carnicería que en aquellas tierras estaba a punto de comenzar.
El Conde presenciaba como sus tropas terminaban de cerrar las formaciones desde la muralla frontal de su castillo, y podía ver en la profundidad de la noche cientos de puntos naranjas que avanzaban lentamente hasta las proximidades del castillo. Los brujos ya estaban allí.

Las horas pasaban, y lo que parecía que iba a ser una rápida victoria por parte del malvado Chusk, se convertía en una despiadada y lenta batalla. Los hechizos de bolas de fuego y las flechas incendiarias iluminaban la fría noche, mientras que a ras del suelo los soldados y brujos peleaban fieramente.

Los brujos, viendo que la batalla parecía no tener fin, y que poco a poco el número de hechiceros descendía, decidieron mandar a un pequeño grupo de jóvenes aprendices hasta el castillo, para acabar con el Conde, y con ello, con la guerra.
Y así fue, el grupo de brujos, mediante un conjuro de teletransporte, lograron colarse tras las murallas del Conde, y deshaciéndose rápidamente de los guardias, consiguieron llegar hasta Chusk.
Le tenían guardada una sorpresa. Con un hechizo de vinculador encadenaron al conde a la dura piedra de la muralla, para tener tiempo suficiente para transformarle en un asqueroso ogro.
El ritual Chargorg, (bastardo parlante en la lengua antigua) comenzaba a surtir efecto, y podía verse como la piel del conde adquiría un tono grisáceo, costras negras cubrían su rostro y lo que antes era un buen matojo de pelo ahora era una calva llena de trasquilones.
Sin embargo,los labios del Conde no paraban quietos, articulaban unas extrañas palabras, algo que parecía lengua antigua.
De repente, un profundo y sonoro crujido paralizó todo el valle, la lluvia cesó y el frío desapareció por completo. La colina estaba comenzando a resquebrajarse, dejando salir a la superficie un apestoso gas verde.
De una de las grietas, surgió un terrorífico alarido. Más que un alarido parecía una risa, una risa horrenda que helaba la sangre.
Una figura gorda y deforme salió de la grieta surcando, el aire a gran velocidad, sin dejar reír y dirigiéndose al campo de batalla, comenzó a gritar "aiithllu!, aiithllu!, aiithllu!", (lo que años después averigüé que en lengua antigua significaba "que te como!") y a cada palabra que pronunciaba, decenas de brujos eran engullidos por aquella figura deforme.
Era la bruja Árninesth, un extraño ser que habitaba en las profundidades de una cueva, que solía aparecer en las guerras más crueles, y que sin saber muy bien cómo, había invocado el Conde Chusk.
Con este último y terrible acto en su miserable vida, condenó a los brujos a ser devorados uno tras otro.

Si las esperanzas de ganar la guerra y traer la justicia al condado eran escasas, con la aparición de la terrible Árninesth, esas esperanzas se esfumaron por completo.
Sólo un milagro podría cambiar el funesto destino que aguardaba al Valle del Thiedrar.

Continuará...