Liberación

Las hojas secas caen al otro lado de la ventana, como miles de copos de nieve dorados de un otoño frío y gris. Se amontonan en el bosque aguardando, taciturnas, tu llegada.

Sin embargo, ya no estás, y sinceramente, no creo que vuelvas nunca jamás. Aún recuerdo tu imagen, recorriendo el sendero de madrugada, sin decir nada, mirando fijamente al horizonte. No puedo culparte por ello.
Siento todos los días un gran peso que oprime mi pecho, un sentimiento de arrepentimiento que me desnuda y me deja indefenso ante tu gélida mirada.
Siento todas las cosas que te dije, fruto de la sin razón y el despecho; las palabras fueron crueles, acaloradas, aunque no del todo sinceras. He de admitir que tras toda aquella furia y desahogo se escondían las inmortales brasas de un amor que un día ardió en mi corazón hace años y que aún hoy sacude mis entrañas cada vez que leo las cartas que me enviabas cuando algo no iba del todo bien, cuando te sentías mal, cada vez que veo tus fotos, nuestras fotos.

Sólo quiero que te quede claro, que para mí fuiste la ilusión de vivir y la razón por la que cada mañana mis ojos se abrían deseosos de poder contemplar tu rostro un día más.
Ahora sé que aquellos momentos no volverán nunca, y puedo decir que hoy, ya no anhelo que vuelvan, pero antes de despedirnos por siempre jamás, quiero entregarte un trocito de mi corazón, lugar que no volverá a ser ocupado por otra persona que no seas tú, ya que no existe nadie en este mundo que pueda reemplazar todo aquello por lo que viví y por lo que amé.

Siempre serás mi primer amor. Adiós.

Solo

Otro día negro.

Intento abrir los ojos al despertar, sobresaltado por el tacto de la cálida ceniza que cae sobre mi cara.
No veo más que penumbra, y una sombra que viene y va. Poco a poco la visión va aclarándose, y puedo verte nítidamente, riendo, a mandíbula batiente, mientras tu huesudo dedo apunta hacia mí.
Algo dentro de mí se resquebraja, produciendo un intenso dolor. Viejo conocido.

El cielo tras de ti está totalmente oscuro, pero una extraña luz ilumina cada uno de los cuerpos que se amontonan enfrente nuestra.
A unos pocos metros puedo observar a un hombre, vestido con ajadas ropas, sostener una pistola en su mano, mientras contempla, asolado, el cuerpo inerte de su amada.
Sus labios aún conservan el calor que antaño colmaba su frágil cuerpo y de su pelo aún emana un agradable aroma, que lentamente va sustituyéndose por el hedor que el cuerpo produce al comenzar la putrefacción.
Las lágrimas de aquel hombre caen sobre la hierba seca que cubre cada centímetro del suelo, como una cascada que alimenta el caudal de un sempiterno lago de aguas color ocre.
En silencio levanta la pistola, con la mirada fija en el vacío, esperando que toda la desesperación acabe en unos instantes. Casi en susurros, pronuncia unas débiles palabras de amor, mientras aprieta el gatillo, y miles de pájaros envueltos en llamas levantan el vuelo sobre la oscuridad del día tras tan súbito estruendo.

Más allá de aquella escena, colina abajo, un niño camina solo entre la niebla que inunda todo el valle, dando cortitos pasos, mirando en todas direcciones, asustado.
Sus hombros van apartando las ramas de sauce que caen desde sus frondosas copas, y sus pies van hundiéndose poco a poco en el lodazal que queda oculto por la espesa bruma.
Su oscura melena roza ya el fango, pero su boca no articula palabra alguna. No hace nada, ni dice nada. Sabe cual es el final y lo acepta.

Parpadeo.

Sigues ahí, riéndote, mientras mi corazón va corrompiéndose y regenerándose, una y otra vez, a gran velocidad sobre la palma de tu mano.
Puedo escuchar una moribunda melodía de fondo. Mi canción favorita, la más triste y agónica de Korn, alcanza mis oídos, induciéndome en un estado de sobra conocido por mí.

Aquel hombre muerto, con las sienes destrozadas, la bella mujer muerta, los pájaros con alas de fuego, aquel niño pequeño, van uniéndose a ti lentamente, colocándose a tu lado, en frente mía, mirándome fijamente mientras cierro los ojos.

De nuevo la oscuridad tranquilizadora me abraza.

La ira de los monos

-El corazón ya no puede más y comienza a desintegrarse.- Comenzó a explicar el Señor Staunton, jefe de medicina de St. Bartholomew's Hospital.- Se diluye poco a poco entre los agujeros que lo atraviesan, desangrándole cada día más.
-En un primer momento creímos que podría tratarse de una afección cardiovascular, producida por un constante estrés, algún tipo de alteración hormonal o incluso un trastorno genético. Pero ninguna de estas causas provocó el fallo vital.

Entonces todos y cada uno de los periodistas de la sala dejaron de anotar frenéticamente el parte médico en sus libretas, y tras unas retorcidas risotadas, se quedaron atónitos ante lo que los médicos tenían custodiado en la urna de cristal, tapada con la tela de terciopelo carmesí.

-He aquí, señores y señoras, el mayor hallazgo científico de las últimas décadas. La síntesis emocional de un sentimiento en estado puro.- Masculló el Señor Staunton al retirar la tela de la urna.- El amor.

Un profundo murmullo de asombro invadió la oscura sala de prensa del hospital más antiguo de Londres, seguido de un sin fin de deslumbrantes flashes de cámaras fotográficas.

Un precioso halo carmesí rodeaba el sentimiento. Aquello era indescriptible. Era similar a una explosión pirotécnica en constante cambio. Emanaba de aquella urna una cálida sensación, de tranquilidad, de paz.

-Señores, al fin podremos descubrir la esencia de aquél sentimiento por el que los hombres viven, he irremediablemente, mueren- Dijo el Sr. Staunton.-Tanto sufrimiento se ha causado en el mundo por algo tan efímero como este sentimiento…

El doctor Staunton se quedó callado súbitamente, como si un rayo le hubiera golpeado la cabeza, contemplando con ojos muy abiertos la urna.
La síntesis comenzó a palpitar y a emitir un ligero zumbido, y en un momento, la sala entera se puso de pie para poder observarla.
Decenas de periodistas se agolpaban alrededor de la urna, intentando mirar más de cerca, con los ojos desorbitados.

Había una tensión muy fuerte en la sala, un ambiente muy cargado, lleno de violencia y de avaricia.
Y de repente, todos los presentes estallaron en un mar de golpes y gritos enrabiados, intentando apoderarse de la urna, puños que golpeaban caras, patadas en los costados, sangre que salpicaba el suelo, cuerpos tendidos en el piso.

Dentro de la urna, el amor contempla, divertido, la ira de los monos.

En tu oscuridad

Siempre hundido en la oscuridad,
vivo dolor de un recuerdo amargo,
acurrucado en una esquina de soledad,
esperas salir de tan cruel letargo.
La imagen del sendero recorrido
estalla nítida en tu cabeza
entre llantos, gimoteos y gritos,
resumen de una vida de tristeza.
Sólo te queda el sabor de una lágrima,
que solitaria cruza tu mejilla,
pues con cariño observas a tan frágil amiga
convertirse poco a poco en un ánima.
Y suenan ya los tambores,
claman la apertura del infierno, 
lugar donde el dolor parece tierno,
lugar donde se carbonizan los corazones,
y lúgubre bajas y observas todo,
las paredes de fuego y gélido lodo,
atmósfera remendada con mil perdones,
demasiado concurrido para estar solo.
Sin desprecio, aceptas la solución,
asumes el frío que nace en tu interior;
ya nunca jamás volverás a olvidar,
...en la oscuridad, hundido por siempre estarás. 

Veneno

Por fin el día parece oscurecerse, escondiéndose el sol tras negras nubes que anuncian una violenta tempestad.
Sin embargo, el día es soleado y apacible. Un día especialmente agradable para cualquier otra persona que habite en este mundo, y es que la tormenta está en mi interior. Crece con premura dentro de mí.

Poco a poco el corazón va corrompiéndose, apartando las buenas intenciones para dar rienda suelta a la ira y la frustración. Siento como la sangre va elevando su temperatura hasta el punto de sentir puras llamas de furia correr por todas las venas de mi cuerpo. Entonces la tensión se dispara, los oídos se taponan, produciendo un ensordecedor pitido que da paso a una violenta explosión de incontrolable rabia, que sin compasión llena todos los rincones de esta estancia.
Todos los sentimientos puros e inocentes sucumben ante la onda expansiva que hasta mi mirada nubla, dejando un yermo y desolador paisaje, descubierto, frágil y vulnerable. Pero eso no importa. A nadie le importa, mientras siga con esa sonrisa pintada en la cara que a todo el mundo complace y les hace sentir mejor consigo mismo.

Sembraste tanto veneno en mí, que ya no distingo si estoy vivo, o si aún sigo flotando inerte en tu recuerdo, amargo como la hiel. Y entonces vuelvo a explotar; tu recuerdo me enfurece hasta tal punto que pierdo la razón. Los ojos parecen querer salirse de las cuencas, al igual que mi cara se desencaja al gritar con ira, mientras todo lo que se va interponiendo en mi camino explosiona fruto de una lluvia de cólera.

La única esperanza que me queda es la de soñar con la mano que logre apaciguar el demonio que invade mi corazón, la mano que seque mis lágrimas, unas lágrimas que corren como ríos, como venas que desangran lentamente mi corazón.
Ya sólo queda el anhelo de que tu recuerdo desaparezca y pueda ser libre, al fin.
Que todos esos jirones de nubes oscuras y tenebrosas se disipen, dejando pasar los rayos de sol que vuelvan a mostrarme el camino a seguir, para llegar junto a ti.

El duelo

La noche cae implacable sobre Shadowville, desplegando un misterioso juego de luces y sombras por doquier. Mientras que sólo unas pocas y tímidas estrellas se revelan en el horizonte, unos largos y bellos rayos de luna atraviesan las copas de los arboles, iluminando tenuemente el bosque.

En lo mas profundo del silencio nocturno puede advertirse el claro rumor del violento choque del acero.
Dos caballeros se baten en mortal duelo, lanzandose amargas estocadas, con el único propósito de herir mortalmente al vil contrario.
El motivo, la razón, el incontrolable deseo de dominar el mismo corazón; una bella dama sentenció tiempo atrás, que su amor sólo se rendiría ante quien por él, fuera capaz de morir.

Entre barro y sudor, continúa la afrenta.
Hasta el mismo Dios parece contemplar tan cruel combate; incluso los elementos parecen querer formar parte del trágico destino, interponiendo un feroz vendaval en medio de la incesante lluvia.

El cansancio y la rabia comienzan a hacer mella en los caballeros, y ya se dejan ver las primeras heridas, marcas inconfundibles del arrojo y el valor, medallas que uno de los dos lucirá con orgullo en otra vida, lejos de toda esperanza de besar los labios de su amada.

La creciente desesperación por vislumbrar el gélido abrazo de la muerte transforma el valor en cobardía, y una imparable estocada atraviesa el corazón de uno de los valientes, derramando borbotones de sangre sobre el negro fango.

Entonces, es cuando el arduo fragor del combate se torna respeto y admiración, al contemplar el alivio y el temor en los vidriosos ojos del digno y caído contrincante.

Un requiescate in pace, y el lejano galope de un caballo.

Oscuridad.

Ya solo queda encomendarse a Dios, antes de sumirse en el eterno descanso.

El duelo terminó.

Sarah


John hoy no está de buen humor. Lleva años sin experimentar un sentimiento distinto. Siempre de mal humor.
Se sienta cada mañana en su destartalada mecedora a ver el tiempo pasar, con su botella de whisky escocés ( siempre el mejor, por supuesto )  en una mano, y una copa medio llena en la otra. Las barbas que luce atestiguan los días que lleva sin salir de casa, del desván, desde donde contempla el artificial horizonte, formado por miles de tejados humeantes londinenses bajo una gruesa capa de nubes que oculta las estrellas y la luna llena que reina en el firmamento, a la espera de algo, algo que ansía que llegue y al mismo tiempo, le horroriza la posibilidad de que suceda.

La oscuridad se va haciendo dueña poco a poco del habitáculo, pintando de mil y una sombras la viejas y desconchadas paredes, inmersas en la penumbra producida por una titubeante vela medio consumida.
El desván está lleno de muebles viejos tapados con polvorientas lonas, encargadas de evitar que el tiempo haga mella en las preciosas maderas, en las que las arañas campan a sus anchas, además de algún estante con ajados libros amontonados. Pero si algo llena con pesada violencia la estancia, es el silencio. Un silencio palpable, opaco, interrumpido por súbitos aguaceros y feroces vendavales otoñales.
Un silencio que contiene tensión, fuerte pero inapreciable a su vez, entremezclado con un ambiente cargado de humo de tabaco, procedente de la vieja pipa del señor John, ahogado en el olor del alcohol. Un silencio que parece rodear al anciano, acechante, expectante, como un mero espectador.
Y es que cada día se produce la misma imagen: un anciano que asciende con paso lastimoso hasta el desván, cerrando con llave la puerta tras de sí, para enfrascarse en un millar de lamentos que sólo él conoce, mientras la botella de whisky se consume, sorbo tras sorbo.

Pero hoy todo será distinto. La tensa normalidad del anciano se ve interrumpida por unos golpes secos en la puerta, que como si de unos lúgubres aullidos se trataran, le sacan de su profundo letargo sentimental.
Fuera ya de su ensimismamiento y mirando hacia los lados, la pesada maquinaria de su cerebro reacciona, levantando lentamente cada miembro, dirigiéndose hacia la puerta de la estancia.
Al abrir la puerta, una lámpara de mano arrojó una tenue luz hacia el rostro de lo que a primera vista, bajo la penumbra, parecía ser una mujer, una de las criadas de la mansión, formando unos grotescos contornos. Las manos le temblaban, haciendo que la llama de la lámpara distorsionara cada sombra que en aquél rellano había. Un temblor apreciable hasta en su voz. De sus finos labios brotó un hilillo de voz apenas perceptible, que más bien parecía un susurro.

-Señor Lowndes, perdone las molestias, pero el jefe de policía de Scotland Yard, el Señor Robert Peel, acaba de abandonar la mansión, dejando este sobre para usted. No quiso aceptar mi invitación a que pasara, parecía nervioso, ansioso por deshacerse de esta carta. Aquí tiene.

Al acabar de pronunciar la última palabra, el viejo arrancó el papel de las manos de la criada, y como poseído, con la cara desencajada, echó un paso atrás y cerró la puerta sin mediar palabra alguna.
El anciano, inmóvil como una estatua de sal, tenía la mirada clavada en aquel trozo de papel lacrado que contenía su destino, trágico tal vez, o incluso, aún peor.
Con manos temblorosas, comenzó a romper cuidadosamente el sello que produjo un crujido claro como un estertor de muerte, y lentamente, sacó la esperada carta, escrita a máquina por algún gris administrativo de Scotland Yard.

"Estimado Sir John Lowndes:

Los servicios de investigación de Scotland Yard han dado por finalizadas sus actividades en los distritos de Waterloo y Southwark, teniendo que informarle lamentablemente que su hija, Sarah Lowndes, ha sido encontrada fallecida cerca de Coral St.
Le rogamos que acuda a la morgue de Scotland Yard para identificar correctamente la identidad del cuerpo hallado.
El cuerpo de policía de S.Y. le presenta las más sinceras condolencias."

El viejo levantó la mirada de la carta. Le temblaban las piernas. Se sentó encima de una de las mesas, donde estaban la botella y la copa, llenas de whisky.
Las miró fijamente, con un rostro despojado de cualquier emoción. Cogió la copa con delicadeza, y tras acercársela a la nariz para aspirar el penetrante aroma del licor, se bebió el contenido de un largo trago. Soltó la copa, dejándola caer sobre el suelo, partiéndose ésta en mil pedazos, y agarró con rapidez la botella para comenzar a tragar el alcohol con ansiedad, el cual caía por sus mejillas y su cuello a borbotones.
Al terminar la botella, la arrojó contra la pared, y tambaleándose, se puso en pie.

Llevaba años subiendo a aquel viejo desván cada día a pensar y a veces, a dejar de hacerlo, pero nunca se había fijado en que las paredes estaban repletas de retratos enmarcados. En todos se repetía la misma sonrisa. Escenas de navidad, en las que la ilusión llenaba la mansión, momentos de juego en el jardín familiar, días pasados en el campo, una joven que sonreía a cámara delante de las puertas de Oxford.
Como una estampida, cientos de recuerdos golpeaban la mente del anciano, haciéndole un daño terrible, trayéndole a su cabeza todos aquellos momentos que tan nítidamente se reflejaban en las fotos. 
Con una ligera sonrisa dibujada en su rostro, cogió uno de los retratos, en cuya esquina inferior se podía leer una fecha: 2/9/1819, era una foto del bautizo de su pequeña Sarah.
Entonces, un relámpago iluminó la habitación, reflejándoseprofundidades de la tierra para instalarse por siempre en el corazón del maltrecho anciano.
Un sentimiento de angustia comenzó a penetrar profundamente en su interior, y echándose las manos a la cara, el viejo se percató de que un mar de amargas lágrimas inundaba su rostro, arrugado por los tormentosos años, calándole hasta los huesos, llegándole hasta el alma.

La desesperanza estalló al fin como una cruel bomba, embargando la sombría estancia de ira y rabia, dando como fruto una avalancha muebles y estanterías que se estrellaban contra el piso. Todo cuanto estaba a su alcance sufrió el mismo destino.

-¿Por qué, hija mía? No, mi pequeña no se merecía algo así. No.

El anciano, presa del llanto más profundo, se irguió dando tambaleantes pasos, acercándose al amplio ventanal, que era azotado por el viento y la lluvia.
Se secó las lágrimas con la manga de su vieja bata, y lamentó con una quebrada voz:

-Un día la vida yo te dí. Es hora de volver junto a ti.

Con nuevas lágrimas aflorando por sus ojos, el anciano hizo acopio de las poca fuerzas que en él quedaban, cerró los ojos, y atravesando violentamente las cristalera, emprendió el viaje para volver junto a su querida Sarah.



De nuevo, buenos días.

Es increíble como a veces parece que el sol se despierta con unas ansias tremendas de brillar, de alegrar el día a todos los seres que tiene al alcance de sus rayos, imprimiéndoles una energía inagotable.
Y al abrir la ventana, una fresca brisa te acaricia el rostro, inundando toda la habitación de todos y cada uno de los aromas del monte, entonces, diriges tu mirada hacia la cama y ahí está la mujer de tus sueños, plácidamente sumida en sueños, con las sábanas entrelazadas con sus largas piernas, evocando en tu mente pensamientos que harían ruborizarse a cualquier puritano.
Te asomas a la ventana, disfrutando de tu cigarro, y observas como todo parece fluir de un modo más lento, más armonioso, todo lo ves con tranquilidad; esa tranquilidad de saber que tu vida es perfecta, y que nada puede cambiarlo.

Si había problemas o alguna leve preocupación, al despertar ya no están; simplemente desaparecen. Esas viejas ilusiones que un día desaparecieron, vuelven a tu vida renovándote por dentro, como un soplo de aire fresco, recordándote quién eres en realidad, tu esencia en estado puro.

Y entonces es cuando suena el despertador. Ese sonido deprimente que te taladra el oído, abriendo pesadamente tus ojos y sacándote del mejor de tus sueños. Entras en ese instante en el que no sabes que pasa, quién eres y qué debes hacer, y de repente, la cruda realidad te golpea como un mazo en las sienes.
El más terrible vacío se cierne sobre ti, y un sin fin de pensamientos ahogados comienzan a surgir en tu cerebro.
Te das cuenta que estás completamente vacío, sin voluntad, resignado a actuar como un autómata, y a conformarte con ejecutar la decisión (equivocada) que un día tomaste.
El reloj marca la hora, y es hora de salir hacia el abismo. Pintas en tu cara la sonrisa que desgraciadamente no se corresponde con el llanto que fluye por tu interior, y comienza la cuenta atrás. La cuenta atrás para volver a soñar una noche más.

Antorchas en el páramo

Llevan días detrás, y le van a colgar. No dará un paso atrás. Ellos tampoco, no se cansan.
Llevan días corriendo detrás de el, día y noche, sin descanso, con las antorchas encendidas, preparados para el linchamiento.
El tiempo se agota, cada vez están más cerca, ya puede oír los gritos tras su espalda, los insultos, puede sentir la rabia quemándole la nuca, girando la cabeza y viendo con ojos desorbitados el principio del fin.
Las antorchas desprenden una potente luz sobre el húmedo páramo, sobre las afiladas briznas de hierba que pisa con pesados pasos nuestro amigo Frankie, y a lo lejos, el pueblo brilla con un halo espectral, con el cadalso espectante ante la visita del monstruo.

Ya no tiene nada que perder, pero tiene miedo y corre bajo la estrellada noche de Agosto, hacia el bosque, donde quizás con un poco de suerte pueda escapar de ese montón de paletos sedientos de sangre e injusta justicia. 
Lágrimas de aceite resbalan por su mejilla, lágrimas de un cuerpo mecánico pero con corazón humano, lágrimas que le traen el recuerdo a la cabeza del primer día que vio la luz, en el taller de su creador.
Recuerda con nitidez aquel viejo cuartucho, aquellas paredes repletas de estanterías desvencijadas, llenas de herramientas, recuerda la desaliñada barba de su hacedor.
Pero esas cosas ya quedan muy lejos en la memoria.


El bosque ya está cerca, puede ver las copas de los árboles a escasos centenares de metros. En el interior de aquel vergel se encuentra un escondrijo donde podrá zafarse de la muchedumbre ansiosa por destrozarlo.
Ya casi lo alcanzan, unos metros les separan de un horrible fin, pero ya queda poco. El bosque desprende una tranquilizadora luz, es su única esperanza; tiene que llegar cueste lo que cueste.

Pero el pueblo furioso no lo permitirá. Una gigantesca horca alcanza a la abominación en el hombro, haciendo que ésta pierda el equilibrio y caiga pesadamente sobre la hierba. Ya no se puede hacer más.

Sus ojos vidriosos contemplan como decenas de afiladas horcas, palos y antorchas golpean y atraviesan su frágil cuerpo de hojalata.
El aceite riega ya el verde páramo.



Lo siento, soy tonto

Corre, sigue corriendo,
no pares, no mires atrás,
ya nadie te sigue con su mirada,
pues no te quieren más.


Eres tonto.


Siempre has sido tú
el que a pesar de sufrir
estuvo a su lado,
¿pero qué ha pasado?
se han olvidado de ti.


Y es que sigues siendo tonto.


Desde que tienes uso de razón,
te has preocupado por todos
menos de tu propia existencia
y, ahora, con dolor en el corazón,
asumes no sin reticencia,
y con lágrimas en los ojos,
que a nadie importas.


Ya no te lo repetiré más.


Quien por ti sienta aprecio,
amistad, amor o algo más,
te buscará sea cual sea el precio
sin poder a ti renunciar,
ya que nunca hiciste nada malo
sino simplemente, amar.

La historia sin fin

Todo hombre piensa alguna vez en su vida, aunque solo sea una vez, la posibilidad de ser inmortal: disfrutar de poder, riquezas y placer durante toda una eternidad. Pero por desgracia los hombres realmente no saben lo que supone la inmortalidad. Ser inmortal supone vivir una eternidad colmada de tristeza, desesperación y agonía.
Ésta es mi historia, una historia sin fin, la crónica de un hombre que jamás conocerá la muerte.

Son las seis y media de la madrugada, y arropado por una oscura tormenta, escribo estas líneas desde mi hogar, un lugar pasto de las ruinas, el campanario de Durnshold.
Dicen que escribir ayuda a superar los conflictos y traumas internos que todos poseemos en nuestro interior. Escribir se ha convertido en mi esperanza de alcanzar la redención, el perdón de todos mis crímenes.
Muchas veces he llegado a odiarme, a maldecir cada aliento que abandona mi cuerpo. He llegado a sentir tal desesperación, que el único consuelo eficaz era golpearme a mi mismo hasta que las sienes sangraran. Pero nada alivia mi dolor.

¿Yo qué hice para merecer tan cruel castigo?
En mi memoria aún se conserva el recuerdo del día en que todo comenzó. Yo no contaba con más de veintidós años, cuando corría bajo la lluvia otoñal tras la mujer de mi vida, Sophie. Ella reía mientras se escondía tras los sauces en un vano intento por evitar que yo la alcanzara. Súbitamente todo se sumió en las tinieblas: su risa continuaba sonando en el vacío de oscuridad que se alzaba sobre mí; yo intentaba avanzar, desconcertado por la situación, hasta que un terrible dolor se apoderó de mí y me dejó inconsciente.
Cuando me desperté, todo yacía yermo a mi alrededor, y yo, desnudo, en medio de aquel caos, comprendí que aquello debía ser el infierno.
Pero no, no lo era.

El resto de la historia no hace más que provocarme vergüenza y arrepentimiento. El tiempo pasaba fugazmente, sin provocar ningún cambio en mi ser. Todos mis conocidos envejecían, mientras que yo conservaba el aspecto del atractivo joven que antaño era. No lo entendía.
Fue el hecho de ver morir a todos y cada uno de mis familiares, de mis amigos, lo que desató una terrible cólera en mi interior. ¿Por qué debía yo contemplar tanto sufrimiento, sin la oportunidad de poder aliviar el más mínimo daño?

Pero todo aquello ya forma parte de mi pasado menos amargo. A partir de perder todo lo que dotaba a mi vida de cierto sentido, solo alcanzaba cierto alivio de mi carga enredándome en orgías de placer y asesinatos. Ser el causante del dolor, el miedo y la muerte, y no un simple espectador, limitado a observar como la vida ajena se extingue paulatinamente, me proporcionaba unos minutos de paz en los que mi mente escapaba de la anestesia emocional y sentimental que me recordaba constantemente que ya nada tenía sentido.
Todo era lógico y caótico a la vez. Una sucesión constante e inevitable: naces, creces, te reproduces, y mueres.
No me paraba a averiguar que se escondía tras los recovecos de la personalidad de las personas.
Ni siquiera volví a interesarme por las mujeres, ya que incapaz de sentir el más leve sentimiento ni placer, siendo incapaz de procurarles una buena vida, alejada de sufrimiento y dolor. Ya solo concebía al resto de los mortales como una unión de carne, huesos y materia gris que se descomponía lentamente con el paso de los años.

Y consumido en mis propias miserias permanezco noche tras noche en mi campanario, escribiendo cada una de mis penas en estos pesados volúmenes de papel, mientras contemplo las incandescentes luces de la ciudad y el ajetreo nocturno de los habitantes de la oscura urbe.
Todos los rostros de aquellas personas que perecieron entre mis ensangrentadas manos, me acompañan en mi soledad, mientras una sinfonía de aullidos y gritos me inspiran para escribir estos retazos de mi ajada memoria, a la espera de un signo de perdón.

La muerte ya no es sino una lejana ilusión, el anhelo de desvanecerme por siempre jamás, y expirar, al fin.



De vuelta a la niebla

Acabado ya el verano, y con las primeras hojas cayendo, se vuelve a abrir la veda para dejar fluir ideas y pensamientos, que bien merecen ser recogidas en líneas como esta.
Espero que aquellos que han ido perdiendo el interés en este humilde blog lo recuperen leyendo las nuevas y desdichadas aventuras del malvado chupachotas.

La burbuja de cristal

Hay ocasiones, en la que uno se siente realmente vacío, sin nada que ofrecer, sin nada que poder crear. Las palabras no fluyen, y el bolígrafo no se mueve de la mesa, como un objeto inanimado, sin vida.

Pero de repente escuchas las primeras notas de una canción, sumergiéndote de lleno en lo más profundo de tu alma, pudiendo vislumbrar con claridad todos y cada uno de tus sentimientos, haciendo que éstos salgan a borbotones en forma de lágrimas, ahogándote en tus propias penas.


La primera vez que pude ver tu piel, un muro de cristal no me dejó abrazarte.
Quiero ser feliz, tan sólo con mirar, y ver cómo tus ojos se clavan en los míos.
Te amaré, te amaré por ser hoy parte de mi vida.
Gritaré, al ver que no sangran tus heridas.
Sé que no tendré miedo por crecer, si veo que el peligro resbala de tu lado.
No te dejaré que llegues a caer, mis manos te sujetan, mis brazos te protegen. Sabes que es difícil, y que te costará, sólo con tu esfuerzo lo podrás lograr.
Nadie te acompaña, sólo tú puedes librarla.
Quiero no llorar, debo de luchar, pues yo te sacaré de tu burbuja de cristal. Sueño con tener la oportunidad de poder romper tu burbuja de cristal.
Quiero no llorar, debo de luchar, pues yo te sacaré de tu burbuja de cristal. Sueño con tener la oportunidad de poder romper tu burbuja de cristal.

La niebla

La niebla no te deja ver, es casi como un sólido muro que te separa del resto del mundo, pero no te preocupes, sigue andando, no te pares... pronto llegarás.

Pero no llegas. Escuchas voces, pero sin embargo, no puedes acercarte a ellas, sólo te preocupa una única cosa, salir de la niebla. Sabes que ahí fuera hay alguien deseando verte, preocupado por ti, aunque no puedas verle, aunque no puedas llegar hasta esa persona. Pero no importa, debes seguir, cruzar la niebla, si paras todo volverá al punto de partida, y deberás comenzar de nuevo.
Sigues adelante, por el camino de baldosas amarillas, que esperas te revele todas las dudas, todos los sentimientos que hay en ti. Y es que sin luz es difícil dar con todas las respuestas. Así que te adentras en la niebla, aislándote de todo y de todos . Caminas y caminas, hasta llegar a esa luz, fuera de la niebla.

Pero cuando crees llegar a la luz, la niebla te depara una macabra broma.

No adviertes el abismo que se abre ante ti, y comienzas a caer por el, chocando contra una infinidad de rocas afiladas, sintiendo como tu cuerpo poco a poco se despedaza.
Sin embargo, en cada una de esas heridas, hallas la respuesta a todas y cada una de tus dudas, comprendes sentimientos y entiendes por fin hacia quién van dirigidos. No hay respuesta sin dolor, y en cierta medida, es más gratificante hallarla de ese modo.
Así que cuando te levantas, aunque maltrecho, te sientes renovado por el gran golpe final, el que verdaderamente te abre los ojos a un mundo completamente nuevo.
Un precioso día lluvioso comienza, lejos de la niebla que enturbió cada uno de tus sentidos, y que te sumió en un profundo letargo emocional.

Alza la cara, siente las gotas de agua resbalar por tu cara, sonríe. Has llegado a tu destino.

Días como este...

Hay días en los que te sientes perdido, sin ningún tipo de meta que intentar alcanzar, ningún objetivo en la vida. Te das cuenta de que las ilusiones que te impulsaron a tomar ciertas decisiones, se han esfumado, quedando sólo una sensación de compromiso incómodo, así que te dedicas a llenar cada día con los mismos actos automáticos y notas como tu propio comportamiento está casi programado.

Ves como la gente a tu alrededor te bordea, cuidadosa de no rozarte ni tocarte, esperando no provocar ninguna clase de reacción, solamente por no tener que aguantarla posteriormente. La gente no tiene intención de entrar en tu vida.
Y es que te sientes inútil, prescindible, e incluso despreciado. Te preguntas si personalmente eres transparente, o sencillamente eres invisible para los demás, como un simple peatón más que camina por una saturada calle de una gran ciudad.
La idea de que si una buena mañana, desaparecieras, nada cambiaría, y la gente no notaría demasiado o nada, la ausencia. Nadie sentirá esa curiosidad especial por desenvolverte de tu envoltura de papel, e investigar qué clases de facetas se esconden dentro de ti.

Todos los días comienzan a tornarse grises, y esperas pacientemente que aparezca algo o alguien que te devuelva a la vida, que te haga sentir inquietudes de nuevo. Sin embargo, cuando ese alguien aparece, trastocando por completo tu vida, abres los ojos y ves que un futuro a lado de ella, es sencillamente improbable, por no decir imposible.
Así que para intentar salir de ese estado de aislamiento socio-emocional, decides sacudirte el polvo, echarte a caminar, y gritar, pero de pronto alguien te chista, y te pide que guardes silencio. No hay espacio, tiempo ni interés para ti.

Y vuelta a empezar...

Hay días en los que te sientes perdido, sin ningún tipo de meta..............

Manicomio

Otra noche vacía, vagamente iluminada por el resplandor de los rayos que cruzan furiosos el firmamento, mientras la lluvia golpea los cristales de la ventana, ansiosa por empaparlo todo.
Otra noche fría, gélida como el hielo que se forma entre las rendijas de las baldosas de esta celda, sentado a oscuras delante de la puerta, esperando a que tu aparezcas cruzándola con una de tus sonrisas.
Otra noche, otra maldita noche exactamente igual que aquella en la que te perdí. Otra jodida noche sin ti, sin la mayor parte de mí.

Aún tengo pesadillas, en las que sigues ardiendo dentro de aquella vieja casa, pesadillas que me persiguen aún cuando la luz asoma entre los barrotes de la ventana.
Aún siento tus gritos en mi cabeza, tan claros que no puedo evitar taparme los oídos con mis manos, en un vano intento por parar el dolor que me provoca.
Aún siento todas tus heridas como si fueran mías. Me recuerdan que no fui capaz de sacarte de entre los escombros a tiempo, y no dejan que pase un minuto sin que pueda parar de pensar en que allí me tendría que haber quedado, a tu lado, juntos, hasta el final.

No sé por qué sigo escribiéndote cartas cada noche, aun sabiendo que no hallaré ninguna respuesta. Quizás el hecho de volverme loco después de perderte tenga algo que ver, pero no puedo remediarlo.
Buenas noches, descansa en paz.

Abre los ojos

Hace una buena mañana... para no despertar.
Abres los ojos, y ves el blanco techo que cada día sorprendes observándote, quieto e impasible. Te desperezas mínimamente en la cama, y tras despojarte del calor de las sábanas, te dispones a levantarte.
Pones los pies en el suelo, pero no notas nada sólido. Y caes. Caes al vacío más puro que puede haber.
Un gran agujero se ha abierto en el mundo, justamente a los pies de tu cama. Tu propio agujero, tu propia desintegración temporal.
Todo va cayendo tras de ti: muebles, paredes, personas... pero no prestas atención a nada de ello. Tan solo sientes como caes, y no te sorprende. Esa sensación la experimentas cada mañana, cuando comprendes que ninguna ilusión ni sentimiento te inspira esas ganas de levantarte enérgico y saltar el agujero que amenaza con engullirte.
Y mientras tanto, sigues cayendo, con los ojos cerrados, esperando que todo pase pronto y poder volver a dedicarte a todas esas tediosas tareas que te ves casi obligado a cumplir a diario.
A ver a la misma gente, a hacer las mismas cosas, a soportar los mismos comportamientos una y otra vez..
Es difícil de explicar esa presión que sientes en tu cabeza, es difícil explicar cómo saca todos tus sentimientos, provocando una explosión emocional. Ganas de reír, de llorar, de correr, de quedarte quieto, de gritar, de enmudecer.

Y la caída llega a su fin. Estás sentado en el borde de la cama, mirando al suelo, con una lágrima surcando las mejillas...pero hay que seguir.
Cuando abres los ojos, no te queda más remedio que continuar viviendo.

La Dama del Bosque de Bonestown

Otoño de 1876.
Dos jinetes espolean a sus caballos como si la guadaña de la muerte estuviera a punto de recaer sobre sus cuellos, dejando una sólida polvareda a lo largo del camino que conduce al bosque de Bonestown.
Aquella tarde anocheció prontísimo, fue algo inusual, pudiéndose ver sobre las amplias praderas situadas a ambos lados del camino, miles de centelleantes puntitos de luz, producidos por pequeñas luciérnagas.
Era digno de ver: parecía que el cielo había decidido abandonar la soledad del firmamento, posándose sobre la tierra, entre los árboles, para no sentirse solo nunca más.

Los jinetes comenzaron a adentrarse en la espesura del bosque, sumergiéndose por completo en una negra bruma que incitaba a abandonarlo lo más rápidamente posible.
Una antigua leyenda decía que en lo más profundo del bosque, una triste dama habitaba, enfrascada en oscuros pensamientos, llorando y llorando día y noche, sin consuelo posible a tal llanto.
Sin embargo, cuando algún hombre se perdía en el bosque, e iba a parar al claro donde ella reposaba, una intensa y terrible furia se desataba sobre el triste mortal. Tan capaz era de proporcionar el placer más intenso, como de provocar un dolor sangrante que desembocaba en un agonizante final. Ningún hombre que se atreviera a internarse en el bosque, volvió a ver la luz del sol.

Los caballeros, se aproximaban al galope al centro del bosque, desatendiendo los consejos de los más ancianos del lugar. Los dos jinetes estaban enamorados de la misma mujer, Marie, y como única solución encontraron someterse al juicio de la blanca dama. Sólo uno de los dos encontraría aquella noche el cálido abrazo de su amada.
Al menos, eso creían ellos.
Llegaron al centro del claro, y quedaron deslumbrados por la belleza que allí rebosaba: miles de mariposas revoloteaban entre las hojas doradas que se desprendían de las ramas de los árboles colindantes, los líquenes cubrías las cortezas por completo, dándoles un aspecto viejo y sabio, y un halo violeta-verdoso envolvía todo cuanto estaba a la vista. Era algo tan mágico como misterioso.

No hicieron más que bajar de los caballos, cuando del centro del claro comenzó a abrirse una oscura grieta, surgiendo de ella una bella dama, posando su delicado cuerpo sobre el frondoso suelo.
Allí estaba la protagonista de tantas leyendas e historias, tan celestial y tan terrible como un ángel caído, y una sensación de pánico y fascinación invadió a los caballeros que se jugarían el destino de su amor.
La dama giró la cabeza hacia ellos, esbozando una tierna sonrisa, a la vez que comenzó a erguirse, dirigiéndose hacia ellos. Sus pasos eran armoniosos y ligeros, y de ella emanaba una suave fragancia a rosas y jazmín, y al llegar a la posición de los dos caballeros, pronunció las siguientes palabras: "¿Tan grande es el amor que profesáis hacia una frágil y delicada mortal, que despreciáis incluso vuestras propias vidas? Qué pena. Sola me veo obligada a vagar durante una eternidad por estos bosques, mientras hermosos hombres como vosotros desperdician tan alegremente sus vidas por efímeras mujeres. No conoceréis el amor que tanto ansiáis, y no experimentaréis ni un ligero atisbo de pasión, pues jamás saldréis de este bosque!".

Entonces, la bella dama se abalanzó sobre los dos jinetes, arañando, mordiendo y desgarrando con sus propias manos los débiles cuerpos, esparciendo la roja carne por todo el claro, dejando que la sangre fluyera entre la verde hierba hasta la grieta de la que surgió la dama.
El hermoso claro se tornó en un sangriento páramo de cadáveres mutilados, todos ellos masculinos, entre los que se encontraban los de nuestros jinetes.
La solitaria dama había encontrado la manera de aliviar el sentimiento de soledad: ya que no podía poseer el amor de ningún hombre, al menos poseería las almas de todo aquel que se atrevió a aventurarse en el bosque.
Almas repletas de sueños, ilusiones y amor que pasaban a alimentar el atormentado corazón de la dama del bosque de Bonestown, acompañándola durante toda la eternidad.

Hoy en día, es posible ver vagar en las noches de luna llena a Marie, llorando, por los alrededores del bosque, esperando encontrar al pretendiente que conseguirá su amor eterno.

El último guardián.

Los tambores de guerra resuenan por todo el país. Miles de soldados mueren cada día por defender todo cuanto aman: su país, su familia, su vida.

Las catapultas no cesan de arrojar muerte y destrucción sobre la plaza de la ciudad, mientras los arqueros rematan cualquier vestigio de vida, y los soldados irrumpen con violencia casa por casa degollando a madres e hijos.
Uno de los últimos capitanes de la guardia de la ciudad resiste heroicamente junto a las columnas del ágora, luchando sin descanso contra las decenas de invasores que sedientos de riquezas, sangre y fama, aniquilan los últimos restos de una antigua civilización.

Nuestro capitán no piensa, sólo reacciona a los furiosos embates del enemigo, cortando miembros, seccionando gargantas, acallando gritos de dolor de heridos que agonizan en el suelo.
Poco a poco los soldados de su guarnición van huyendo, presa del pánico que produce la estrepitosa llegada de Hades, el cual reclama lo que es suyo; no son más que ruinosas formas de vida que pronto perecerán.
Una saeta atraviesa la armadura del capitán, adelantando su destino final a tan trágico día. Malherido sobre los fríos adoquines del ágora yace el último guardián de la ciudad, con los ojos bien abiertos. Ya ninguna fuerza es capaz de mover músculos alguno. Sólo queda tiempo para pensar.

Los rayos de sol que atraviesan las grandes grietas de la muralla acarician su hermoso rostro, trayendo a su memoria aquellas cálidas tardes de primavera en las que paseaba junto a su amada por los campos de trigo, con su pequeña hija correteando a su alrededor mientras la salada y fresca brisa procedente del Egeo les acompañaba de camino a casa.
Todo comienza a tornarse oscuridad a su alrededor. La noche está iluminada únicamente por los fuegos que devoran las stoas y los pritaneos colindantes.
Nuestro capitán, la llave de la ciudad, cierra los ojos, rogando encarecidamente a los dioses por la suerte de su familia.

Y así acabo, triste final... más si este es mi destino, no lo haré esperar. Muero tranquilo, he llegado hasta el final. Por mi hogar, doy la vida... no puedo dar más.

Explosión

Hay mañanas en las que es mejor que Morfeo no se separe de nosotros, que nos mantenga en ese estado de paz transitoria, de tregua con nosotros mismos, al que llamamos sueño.
Esas mañanas en que desde el mismo instante en que abrimos los ojos, los pensamientos se centran en una persona, por inalcanzable que sea. Sentimos sensaciones tan dispares como euforia y sopor, tranquilidad y nerviosismo, ternura y frialdad.
Es increíble como una soleada mañana se torna en un nublado día, compuesto de nubes de pensamientos que te aíslan del mundo, convirtiendo a una persona que normalmente es un torbellino, un derroche de energía y alegría, en un lastimoso trapo viejo, usado, pisoteado, fruto de antiguas vivencias y experiencias que vuelven a un cerebro ansioso de encontrar esa conexión que lo devuelva a la vida, y que lo saque de esa desilusión y el intenso adormecimiento.
Cuando ya te estás acostumbrando a ese estado casi vegetal, aparece a tu lado la persona que en poco tiempo te muestra tanto cariño y confianza, que te mantiene comiendo de la palma de su mano, y que te devuelve a la vida, sacando de tu día esos grises nubarrones y esculpiendo en tu cara la más sincera sonrisa.
No se puede explicar con palabras el agradecimiento que siento hacia ti, ese amor irracional, tierno y puro que nunca se romperá.
Gracias otra vez.

Oscuridad y cristales rotos

Estás mal.
Sientes dolor, confusión, rabia, pena y frustración.
Te aíslas en una caja de cristal, con la esperanza de salpicar a aquellos que quieres cuando explotes.
Pero a veces, esos viejos y nuevos demonios que te atormentan, no los puedes ahuyentar tu solo, pero la realidad es ésa, no cuentas con nadie más.
Todo comienza a oscurecerse a tu alrededor, y ves como la gente se marcha, poco a poco, ante tus ojos, sin hacer nada para evitarlo.
Y ahí estás tú, solo, dentro de tu caja, sin saber qué hacer ni qué decir. Pero lo único que te importa, es no causar problemas a las personas que realmente te importan, la gente que quieres.
La luz termina de apagarse, y todo queda a oscuras, mientras la caja se resquebraja y sales de ella despacio. Pero afuera no hay nadie esperando, y si hay alguien, no puedes verle.
Entonces qué queda?
Tan sólo el vacío: los que dijeron que permanecerían a tu lado, huyeron; los que te querían, se cansaron de esperar; y los que te odiaron, hoy se alegran de verte así, hundido.
Sientes que al otro lado de la oscuridad, hay alguien, que te observan, pero no puedes llegar a ellos, de manera que esa oscuridad que te engulle, se hace más y más intensa, pesada, casi sólida, aplastándote contra el suelo, y tu mano, levantada, expectante de ser asida por otra mano, sucumbe a la oscuridad.

Sabes que saldrás de la pesadilla, pero sufres más por no herir a los demás, que por ti mismo.

Amor eterno

La noche cae tranquilamente desde el horizonte, llorando finas lágrimas sobre nuestros pálidos cuerpos, juntos, mientras las estrellas permanecen inmóviles y parpadeantes, en el cielo. La de hoy es una noche templada, ideal para pasear descalzos entre los antiguos mausoleos y tumbas.

Nuestros profundos nichos, que un día nos acogieron para no dejarnos escapar nunca más, están vacíos, carecientes de sentido.
Las gotas de lluvia resbalan por nuestros fríos y pálidos cuerpos, y la luna nos ilumina tenuemente, dándole a tu pelo un hermoso brillo y un aspecto fantasmagórico.
Me paso las horas mirándote a los ojos. Están tan bellos como la última vez que nos vimos con vida, aquella gélida noche en la que el mar nos tragó fundidos en un cálido abrazo. Como entonces, puedo verte a través de ellos. Puedo ver tu corazón, tus sentimientos, tu alma, mi alma.
Nuestros corazones, aunque están muertos, continúan palpitando al mismo ritmo, sincronizándonos perfectamente. Lo habría dado todo por que tu corazón aún siguiera latiente, rebosante de vida e ilusión.

Pero aquí estamos, juntos, contemplados por las estrellas, tirados en el suelo del cementerio, observándonos y acariciándonos suavemente la piel con nuestros dedos inertes, leyéndonos las mentes, haciendo que las palabras sobren.
Dos almas unidas para la eternidad, enterradas profundamente, a salvo del inexorable paso del tiempo.
El leve rumor del viento acoge nuestro idilio nocturno, y los primeros rayos del sol asoman tímidamente en la lejanía, avisándonos que nuestro tiempo se agota, hasta que nos volvamos a ver, la próxima noche.

Que descanses, amor.



Último susurro

Lentamente comienzo a abrir los ojos. En mi cabeza sólo resuena un fuerte zumbido, y todo gira a mi alrededor con rapidez. Siento punzadas de dolor en mis piernas, mis brazos y mi cabeza, y un fuerte olor a vómito lo inunda todo, produciéndome arcadas.
Miro a todas partes sin comprender nada, sin pensar. Estoy en una habitación cerrada en la que sólo entra luz por una pequeña rendija en la pared, proyectando sombras por todas partes.
Dios mio, no puedo mover los brazos ni las piernas y con pánico veo como estoy amarrado a una vieja silla con unas gruesas y oxidadas cadenas, desgarrando por completo mis muñecas.
Sigo mirando a mi alrededor, mientras mis ojos se adaptan a la oscuridad, y veo grandes manchas de sangre seca en el suelo, pedazos de sonrosada carne y trozos de metal oxidado, telas empapadas de sangre y cadenas que cuelgan de la pared.
Un estremecedor grito recorre cada uno de mis huesos paralizándome de terror mientras alguien intenta abrir la puerta de metal de la habitación.

Entonces algo luminoso y fresco me saca de aquella tremenda pesadilla.

Es una agradable mañana de primavera, y tu me acabas de despertar con uno de tus besos.
Gracias adiós... fue tan real... creí que tu "te quiero" sería el último susurro de mi vida.

Rudolph, el forense aburrido.

Oh, pobre Sinyster... Qué es lo que te pasa?
Ahm...te has enamorado,verdad??
Si,ya veo que sí, te han robado el corazón... ese profundo y sangriento hueco vacío en tu corazón lo delata. Además, estás más pálido que de costumbre, y hasta te cambia el carácter! Sí, seguro que es amor.

Cómo pasa el tiempo... Aún recuerdo aquella lluviosa noche de invierno en la que llegaste aquí, a la morgue, en aquella preciosísima bolsa azul de la policía.
Incluso recuerdo que te pregunté cómo moriste, sin darme cuenta de aquel montón de puñaladas de cosían tu cuerpo centímetro a centímetro.
También recuerdo que eras tímido, apenas salías de tu cámara frigorífica para hablar con los demás cadáveres.
Y quién es la afortunada? Rose? Gravy? Bleeding?. Supongo que será Rose, ya que es la única que conserva todos sus miembros... Tienes buen gusto!
Estabas tan desilusionado por el abandono de tu chica...y ahora, radiante! Me alegro por ti, de verdad.
Y se lo has dicho ya? A qué esperas, invítala a ir a un cementerio bonito, alquila un nicho, regálala alguna corona de flores...
Ah, no. No te atreves... Ya, crees que es imposible... Pues es una verdadera lástima, hasta tenéis el mismo número de puñaladas, 270.

Bueno, tu tranquilo, ya encontrarás otra... Es lo que tiene la morgue, jamás está vacía.

Tu rencor es nuestra pena

"El eneasílabo es el metro más sombrío del español, y uno de los más endiablados. Lo cultivó Neruda con una naturalidad y una soltura que dan miedo y, por supuesto, envidia. "

Semillas de rencor afloran,
condenando toda una vida,
sus raíces cubren y ahogan,
con una fuerza desmedida,
y tus manos sólo se aferran,
a la más terrible salida,
miles de recuerdos ya llenan,
tus venas de implacable ira.

Ese rencor, tu vista ciega,
ahogándote en tu sufrimiento,
y con tus instintos él juega,
para sumirte en un tormento,
del que sólo escapas si pruebas,
pura sangre como alimento,
pero tras su muerte no llega,
alivio al corazón violento.

Y ahora sufres nuestra pena,
castigándote por tu traición,
ya que rompiste la cadena,
que formaba nuestro puro amor.




Radiantes...

El lejano sonido de unas campanas inunda cada rincón del precioso paisaje. Una gran pradera repleta de árboles que impregnan la vista de tonos amarillentos y anaranjados, al pie de grandes montañas.
El cielo está salpicado por diminutas nubes dejando que los rayos de sol bañen todo cuanto está a nuestro alrededor, mientras una ligera y fresca brisa otoñal mece suavemente las copas frondosas de los árboles, arrancando pequeñas hojas que cubren el suelo bajo sus ramas.
En medio de la pradera, se alza una pequeña pero hermosa capilla medieval, con cada palmo de pared cubierta por una densa hiedra.
Dentro de la capilla se respira la más pura felicidad. Ni un alma cabe ya, para contemplar como los radiantes novios se unen para siempre.
Los invitados, impecables todos ellos, tienen cincelados en sus rostros unas amplias sonrisas, mientras esperan pacientemente el esperado enlace.
El sacerdote pronuncia bonitas palabras en latín mientras los novios, se miran dulcemente, cogidos de la mano, radiantes.

De repente, todo queda inundado por la oscuridad, el silencio es sepulcral. No se escuchan las palabras del sacerdote ni el murmullo de los invitados, no se percibe el característico olor de las capillas, no hay nada en absoluto.

El lejano sonido de unas campanas inundan cada rincón del tétrico paisaje. Una gran pradera repleta de árboles desnudos y secos, al pie de las negras montañas.
El cielo está completamente inundado de oscuros nubarrones, impidiendo que los rayos de luna iluminen débilmente nuestro alrededor, mientras un despiadado vendaval azota los desnudos árboles, produciendo un escalofriante silbido.
En medio de la niebla, pueden contemplarse las ruinas de una capilla medieval, cubiertas por completo por musgo y afilados zarzales.
Dentro de la capilla, se respira un cargado ambiente, un olor a cobre y sal, a sangre. Ni un sólo cadáver más cabe dentro de las ruinas.
Los invitados, yacen sobre su propia sangre, con sus ropas hechas jirones, con una terrorífica mueca de horror y dolor grabadas en sus rostros.
En el altar, dos cuerpos reposan uno junto al otro iluminados por frágiles rayos de luna y salpicados por gotas de sangrientos rubíes, cogidos de la mano, radiantes.


5:00 AM

Es tarde, las cinco de la madrugada. Tirado en la cama, con los ojos fijos en el techo. Es una mirada perdida, una mirada que no contempla nada en absoluto. Restos de lágrimas cruzan mi cara hasta ir a parar a la almohada.
¿Qué hago mal? Esa pregunta ronda mi mente sin parar, taladrándola una y otra vez, durante horas, mientras me rodea la profunda oscuridad de mi habitación.
Me he preguntado tantas veces esta noche si existirá la persona que realmente encaje conmigo, que el sentido de la pregunta ha terminado por esfumarse. Quizás sea hora de borrar todos esos sueños en los que tu y yo nos besamos bajo la lluvia, fundidos en un eterno abrazo, mientras que el tiempo se detiene y nos convierte en el centro del universo.
Sueños que se convirtieron en nombres escritos a fuego dentro de mí, nombres que fueron representando ilusiones, ilusiones que ahora no son más que polvo que el aire extiendo por el suelo mojado.

Sigo mirando al techo. El techo sigue mirándome a mí.
Será mejor que me duerma.