Solo

Otro día negro.

Intento abrir los ojos al despertar, sobresaltado por el tacto de la cálida ceniza que cae sobre mi cara.
No veo más que penumbra, y una sombra que viene y va. Poco a poco la visión va aclarándose, y puedo verte nítidamente, riendo, a mandíbula batiente, mientras tu huesudo dedo apunta hacia mí.
Algo dentro de mí se resquebraja, produciendo un intenso dolor. Viejo conocido.

El cielo tras de ti está totalmente oscuro, pero una extraña luz ilumina cada uno de los cuerpos que se amontonan enfrente nuestra.
A unos pocos metros puedo observar a un hombre, vestido con ajadas ropas, sostener una pistola en su mano, mientras contempla, asolado, el cuerpo inerte de su amada.
Sus labios aún conservan el calor que antaño colmaba su frágil cuerpo y de su pelo aún emana un agradable aroma, que lentamente va sustituyéndose por el hedor que el cuerpo produce al comenzar la putrefacción.
Las lágrimas de aquel hombre caen sobre la hierba seca que cubre cada centímetro del suelo, como una cascada que alimenta el caudal de un sempiterno lago de aguas color ocre.
En silencio levanta la pistola, con la mirada fija en el vacío, esperando que toda la desesperación acabe en unos instantes. Casi en susurros, pronuncia unas débiles palabras de amor, mientras aprieta el gatillo, y miles de pájaros envueltos en llamas levantan el vuelo sobre la oscuridad del día tras tan súbito estruendo.

Más allá de aquella escena, colina abajo, un niño camina solo entre la niebla que inunda todo el valle, dando cortitos pasos, mirando en todas direcciones, asustado.
Sus hombros van apartando las ramas de sauce que caen desde sus frondosas copas, y sus pies van hundiéndose poco a poco en el lodazal que queda oculto por la espesa bruma.
Su oscura melena roza ya el fango, pero su boca no articula palabra alguna. No hace nada, ni dice nada. Sabe cual es el final y lo acepta.

Parpadeo.

Sigues ahí, riéndote, mientras mi corazón va corrompiéndose y regenerándose, una y otra vez, a gran velocidad sobre la palma de tu mano.
Puedo escuchar una moribunda melodía de fondo. Mi canción favorita, la más triste y agónica de Korn, alcanza mis oídos, induciéndome en un estado de sobra conocido por mí.

Aquel hombre muerto, con las sienes destrozadas, la bella mujer muerta, los pájaros con alas de fuego, aquel niño pequeño, van uniéndose a ti lentamente, colocándose a tu lado, en frente mía, mirándome fijamente mientras cierro los ojos.

De nuevo la oscuridad tranquilizadora me abraza.

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