Liberación

Las hojas secas caen al otro lado de la ventana, como miles de copos de nieve dorados de un otoño frío y gris. Se amontonan en el bosque aguardando, taciturnas, tu llegada.

Sin embargo, ya no estás, y sinceramente, no creo que vuelvas nunca jamás. Aún recuerdo tu imagen, recorriendo el sendero de madrugada, sin decir nada, mirando fijamente al horizonte. No puedo culparte por ello.
Siento todos los días un gran peso que oprime mi pecho, un sentimiento de arrepentimiento que me desnuda y me deja indefenso ante tu gélida mirada.
Siento todas las cosas que te dije, fruto de la sin razón y el despecho; las palabras fueron crueles, acaloradas, aunque no del todo sinceras. He de admitir que tras toda aquella furia y desahogo se escondían las inmortales brasas de un amor que un día ardió en mi corazón hace años y que aún hoy sacude mis entrañas cada vez que leo las cartas que me enviabas cuando algo no iba del todo bien, cuando te sentías mal, cada vez que veo tus fotos, nuestras fotos.

Sólo quiero que te quede claro, que para mí fuiste la ilusión de vivir y la razón por la que cada mañana mis ojos se abrían deseosos de poder contemplar tu rostro un día más.
Ahora sé que aquellos momentos no volverán nunca, y puedo decir que hoy, ya no anhelo que vuelvan, pero antes de despedirnos por siempre jamás, quiero entregarte un trocito de mi corazón, lugar que no volverá a ser ocupado por otra persona que no seas tú, ya que no existe nadie en este mundo que pueda reemplazar todo aquello por lo que viví y por lo que amé.

Siempre serás mi primer amor. Adiós.

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