De nuevo, buenos días.

Es increíble como a veces parece que el sol se despierta con unas ansias tremendas de brillar, de alegrar el día a todos los seres que tiene al alcance de sus rayos, imprimiéndoles una energía inagotable.
Y al abrir la ventana, una fresca brisa te acaricia el rostro, inundando toda la habitación de todos y cada uno de los aromas del monte, entonces, diriges tu mirada hacia la cama y ahí está la mujer de tus sueños, plácidamente sumida en sueños, con las sábanas entrelazadas con sus largas piernas, evocando en tu mente pensamientos que harían ruborizarse a cualquier puritano.
Te asomas a la ventana, disfrutando de tu cigarro, y observas como todo parece fluir de un modo más lento, más armonioso, todo lo ves con tranquilidad; esa tranquilidad de saber que tu vida es perfecta, y que nada puede cambiarlo.

Si había problemas o alguna leve preocupación, al despertar ya no están; simplemente desaparecen. Esas viejas ilusiones que un día desaparecieron, vuelven a tu vida renovándote por dentro, como un soplo de aire fresco, recordándote quién eres en realidad, tu esencia en estado puro.

Y entonces es cuando suena el despertador. Ese sonido deprimente que te taladra el oído, abriendo pesadamente tus ojos y sacándote del mejor de tus sueños. Entras en ese instante en el que no sabes que pasa, quién eres y qué debes hacer, y de repente, la cruda realidad te golpea como un mazo en las sienes.
El más terrible vacío se cierne sobre ti, y un sin fin de pensamientos ahogados comienzan a surgir en tu cerebro.
Te das cuenta que estás completamente vacío, sin voluntad, resignado a actuar como un autómata, y a conformarte con ejecutar la decisión (equivocada) que un día tomaste.
El reloj marca la hora, y es hora de salir hacia el abismo. Pintas en tu cara la sonrisa que desgraciadamente no se corresponde con el llanto que fluye por tu interior, y comienza la cuenta atrás. La cuenta atrás para volver a soñar una noche más.

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