El duelo

La noche cae implacable sobre Shadowville, desplegando un misterioso juego de luces y sombras por doquier. Mientras que sólo unas pocas y tímidas estrellas se revelan en el horizonte, unos largos y bellos rayos de luna atraviesan las copas de los arboles, iluminando tenuemente el bosque.

En lo mas profundo del silencio nocturno puede advertirse el claro rumor del violento choque del acero.
Dos caballeros se baten en mortal duelo, lanzandose amargas estocadas, con el único propósito de herir mortalmente al vil contrario.
El motivo, la razón, el incontrolable deseo de dominar el mismo corazón; una bella dama sentenció tiempo atrás, que su amor sólo se rendiría ante quien por él, fuera capaz de morir.

Entre barro y sudor, continúa la afrenta.
Hasta el mismo Dios parece contemplar tan cruel combate; incluso los elementos parecen querer formar parte del trágico destino, interponiendo un feroz vendaval en medio de la incesante lluvia.

El cansancio y la rabia comienzan a hacer mella en los caballeros, y ya se dejan ver las primeras heridas, marcas inconfundibles del arrojo y el valor, medallas que uno de los dos lucirá con orgullo en otra vida, lejos de toda esperanza de besar los labios de su amada.

La creciente desesperación por vislumbrar el gélido abrazo de la muerte transforma el valor en cobardía, y una imparable estocada atraviesa el corazón de uno de los valientes, derramando borbotones de sangre sobre el negro fango.

Entonces, es cuando el arduo fragor del combate se torna respeto y admiración, al contemplar el alivio y el temor en los vidriosos ojos del digno y caído contrincante.

Un requiescate in pace, y el lejano galope de un caballo.

Oscuridad.

Ya solo queda encomendarse a Dios, antes de sumirse en el eterno descanso.

El duelo terminó.

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