Apocalipsis

A cada lado de esta calle, cientos de rascacielos en ruinas, forman infinitos muros, mientras el temporal de lluvia ácida azota a los pocos hombres, mujeres y niños supervivientes. Personas sin vida ni voluntad, sin color en su desnutrido cuerpo que se agolpan en los escombros buscando algo que llevarse a la boca. Ni siquiera tienen fuerzas para intentar practicar el canibalismo, propio de la primera fase de la post-guerra, y que dejó miles de cuerpos mutilados en las calles.
Aún pueden verse los cráteres que dejaron las bombas, los impactos de las balas en las paredes, y todavía quedan calles en las que el suelo guarda un tono rojizo,característico de la sangre derramada por el ejército de Estados Unidos de Eurasia.
Recuerdo bien la noche en que las sirenas de alarma rompían el silencio de la noche, mientras oleadas de bombarderos descargaban sobre los edificios. Daños colaterales.

La noche comienza a descender poco a poco sobre la ciudad, inundando de oscuridad las ruinas de lo que fue una próspera urbe rebosante de actividad.
Lo que antes era el distrito financiero, es hoy una colmena ruinosa donde se esconden abominaciones creadas por las bombas nucleares, acechando a los supervivientes entre las sombras.
Aquí no hay héroes que vencerán al mal, ni príncipes que rescatarán a una princesa, ni nada parecido, sacado de un cuento infantil.
Debo dejar de escribir por hoy esta crónica del apocalipsis, ya que puedo oir como los mutantes salen de sus madrigueras, chillando, hambrientos.
He de buscar un lugar seguro.

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