Abre los ojos

Hace una buena mañana... para no despertar.
Abres los ojos, y ves el blanco techo que cada día sorprendes observándote, quieto e impasible. Te desperezas mínimamente en la cama, y tras despojarte del calor de las sábanas, te dispones a levantarte.
Pones los pies en el suelo, pero no notas nada sólido. Y caes. Caes al vacío más puro que puede haber.
Un gran agujero se ha abierto en el mundo, justamente a los pies de tu cama. Tu propio agujero, tu propia desintegración temporal.
Todo va cayendo tras de ti: muebles, paredes, personas... pero no prestas atención a nada de ello. Tan solo sientes como caes, y no te sorprende. Esa sensación la experimentas cada mañana, cuando comprendes que ninguna ilusión ni sentimiento te inspira esas ganas de levantarte enérgico y saltar el agujero que amenaza con engullirte.
Y mientras tanto, sigues cayendo, con los ojos cerrados, esperando que todo pase pronto y poder volver a dedicarte a todas esas tediosas tareas que te ves casi obligado a cumplir a diario.
A ver a la misma gente, a hacer las mismas cosas, a soportar los mismos comportamientos una y otra vez..
Es difícil de explicar esa presión que sientes en tu cabeza, es difícil explicar cómo saca todos tus sentimientos, provocando una explosión emocional. Ganas de reír, de llorar, de correr, de quedarte quieto, de gritar, de enmudecer.

Y la caída llega a su fin. Estás sentado en el borde de la cama, mirando al suelo, con una lágrima surcando las mejillas...pero hay que seguir.
Cuando abres los ojos, no te queda más remedio que continuar viviendo.

0 comentarios:

Publicar un comentario