La Dama del Bosque de Bonestown

Otoño de 1876.
Dos jinetes espolean a sus caballos como si la guadaña de la muerte estuviera a punto de recaer sobre sus cuellos, dejando una sólida polvareda a lo largo del camino que conduce al bosque de Bonestown.
Aquella tarde anocheció prontísimo, fue algo inusual, pudiéndose ver sobre las amplias praderas situadas a ambos lados del camino, miles de centelleantes puntitos de luz, producidos por pequeñas luciérnagas.
Era digno de ver: parecía que el cielo había decidido abandonar la soledad del firmamento, posándose sobre la tierra, entre los árboles, para no sentirse solo nunca más.

Los jinetes comenzaron a adentrarse en la espesura del bosque, sumergiéndose por completo en una negra bruma que incitaba a abandonarlo lo más rápidamente posible.
Una antigua leyenda decía que en lo más profundo del bosque, una triste dama habitaba, enfrascada en oscuros pensamientos, llorando y llorando día y noche, sin consuelo posible a tal llanto.
Sin embargo, cuando algún hombre se perdía en el bosque, e iba a parar al claro donde ella reposaba, una intensa y terrible furia se desataba sobre el triste mortal. Tan capaz era de proporcionar el placer más intenso, como de provocar un dolor sangrante que desembocaba en un agonizante final. Ningún hombre que se atreviera a internarse en el bosque, volvió a ver la luz del sol.

Los caballeros, se aproximaban al galope al centro del bosque, desatendiendo los consejos de los más ancianos del lugar. Los dos jinetes estaban enamorados de la misma mujer, Marie, y como única solución encontraron someterse al juicio de la blanca dama. Sólo uno de los dos encontraría aquella noche el cálido abrazo de su amada.
Al menos, eso creían ellos.
Llegaron al centro del claro, y quedaron deslumbrados por la belleza que allí rebosaba: miles de mariposas revoloteaban entre las hojas doradas que se desprendían de las ramas de los árboles colindantes, los líquenes cubrías las cortezas por completo, dándoles un aspecto viejo y sabio, y un halo violeta-verdoso envolvía todo cuanto estaba a la vista. Era algo tan mágico como misterioso.

No hicieron más que bajar de los caballos, cuando del centro del claro comenzó a abrirse una oscura grieta, surgiendo de ella una bella dama, posando su delicado cuerpo sobre el frondoso suelo.
Allí estaba la protagonista de tantas leyendas e historias, tan celestial y tan terrible como un ángel caído, y una sensación de pánico y fascinación invadió a los caballeros que se jugarían el destino de su amor.
La dama giró la cabeza hacia ellos, esbozando una tierna sonrisa, a la vez que comenzó a erguirse, dirigiéndose hacia ellos. Sus pasos eran armoniosos y ligeros, y de ella emanaba una suave fragancia a rosas y jazmín, y al llegar a la posición de los dos caballeros, pronunció las siguientes palabras: "¿Tan grande es el amor que profesáis hacia una frágil y delicada mortal, que despreciáis incluso vuestras propias vidas? Qué pena. Sola me veo obligada a vagar durante una eternidad por estos bosques, mientras hermosos hombres como vosotros desperdician tan alegremente sus vidas por efímeras mujeres. No conoceréis el amor que tanto ansiáis, y no experimentaréis ni un ligero atisbo de pasión, pues jamás saldréis de este bosque!".

Entonces, la bella dama se abalanzó sobre los dos jinetes, arañando, mordiendo y desgarrando con sus propias manos los débiles cuerpos, esparciendo la roja carne por todo el claro, dejando que la sangre fluyera entre la verde hierba hasta la grieta de la que surgió la dama.
El hermoso claro se tornó en un sangriento páramo de cadáveres mutilados, todos ellos masculinos, entre los que se encontraban los de nuestros jinetes.
La solitaria dama había encontrado la manera de aliviar el sentimiento de soledad: ya que no podía poseer el amor de ningún hombre, al menos poseería las almas de todo aquel que se atrevió a aventurarse en el bosque.
Almas repletas de sueños, ilusiones y amor que pasaban a alimentar el atormentado corazón de la dama del bosque de Bonestown, acompañándola durante toda la eternidad.

Hoy en día, es posible ver vagar en las noches de luna llena a Marie, llorando, por los alrededores del bosque, esperando encontrar al pretendiente que conseguirá su amor eterno.

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