La niebla

La niebla no te deja ver, es casi como un sólido muro que te separa del resto del mundo, pero no te preocupes, sigue andando, no te pares... pronto llegarás.

Pero no llegas. Escuchas voces, pero sin embargo, no puedes acercarte a ellas, sólo te preocupa una única cosa, salir de la niebla. Sabes que ahí fuera hay alguien deseando verte, preocupado por ti, aunque no puedas verle, aunque no puedas llegar hasta esa persona. Pero no importa, debes seguir, cruzar la niebla, si paras todo volverá al punto de partida, y deberás comenzar de nuevo.
Sigues adelante, por el camino de baldosas amarillas, que esperas te revele todas las dudas, todos los sentimientos que hay en ti. Y es que sin luz es difícil dar con todas las respuestas. Así que te adentras en la niebla, aislándote de todo y de todos . Caminas y caminas, hasta llegar a esa luz, fuera de la niebla.

Pero cuando crees llegar a la luz, la niebla te depara una macabra broma.

No adviertes el abismo que se abre ante ti, y comienzas a caer por el, chocando contra una infinidad de rocas afiladas, sintiendo como tu cuerpo poco a poco se despedaza.
Sin embargo, en cada una de esas heridas, hallas la respuesta a todas y cada una de tus dudas, comprendes sentimientos y entiendes por fin hacia quién van dirigidos. No hay respuesta sin dolor, y en cierta medida, es más gratificante hallarla de ese modo.
Así que cuando te levantas, aunque maltrecho, te sientes renovado por el gran golpe final, el que verdaderamente te abre los ojos a un mundo completamente nuevo.
Un precioso día lluvioso comienza, lejos de la niebla que enturbió cada uno de tus sentidos, y que te sumió en un profundo letargo emocional.

Alza la cara, siente las gotas de agua resbalar por tu cara, sonríe. Has llegado a tu destino.

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