El último guardián.

Los tambores de guerra resuenan por todo el país. Miles de soldados mueren cada día por defender todo cuanto aman: su país, su familia, su vida.

Las catapultas no cesan de arrojar muerte y destrucción sobre la plaza de la ciudad, mientras los arqueros rematan cualquier vestigio de vida, y los soldados irrumpen con violencia casa por casa degollando a madres e hijos.
Uno de los últimos capitanes de la guardia de la ciudad resiste heroicamente junto a las columnas del ágora, luchando sin descanso contra las decenas de invasores que sedientos de riquezas, sangre y fama, aniquilan los últimos restos de una antigua civilización.

Nuestro capitán no piensa, sólo reacciona a los furiosos embates del enemigo, cortando miembros, seccionando gargantas, acallando gritos de dolor de heridos que agonizan en el suelo.
Poco a poco los soldados de su guarnición van huyendo, presa del pánico que produce la estrepitosa llegada de Hades, el cual reclama lo que es suyo; no son más que ruinosas formas de vida que pronto perecerán.
Una saeta atraviesa la armadura del capitán, adelantando su destino final a tan trágico día. Malherido sobre los fríos adoquines del ágora yace el último guardián de la ciudad, con los ojos bien abiertos. Ya ninguna fuerza es capaz de mover músculos alguno. Sólo queda tiempo para pensar.

Los rayos de sol que atraviesan las grandes grietas de la muralla acarician su hermoso rostro, trayendo a su memoria aquellas cálidas tardes de primavera en las que paseaba junto a su amada por los campos de trigo, con su pequeña hija correteando a su alrededor mientras la salada y fresca brisa procedente del Egeo les acompañaba de camino a casa.
Todo comienza a tornarse oscuridad a su alrededor. La noche está iluminada únicamente por los fuegos que devoran las stoas y los pritaneos colindantes.
Nuestro capitán, la llave de la ciudad, cierra los ojos, rogando encarecidamente a los dioses por la suerte de su familia.

Y así acabo, triste final... más si este es mi destino, no lo haré esperar. Muero tranquilo, he llegado hasta el final. Por mi hogar, doy la vida... no puedo dar más.

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