Manicomio

Otra noche vacía, vagamente iluminada por el resplandor de los rayos que cruzan furiosos el firmamento, mientras la lluvia golpea los cristales de la ventana, ansiosa por empaparlo todo.
Otra noche fría, gélida como el hielo que se forma entre las rendijas de las baldosas de esta celda, sentado a oscuras delante de la puerta, esperando a que tu aparezcas cruzándola con una de tus sonrisas.
Otra noche, otra maldita noche exactamente igual que aquella en la que te perdí. Otra jodida noche sin ti, sin la mayor parte de mí.

Aún tengo pesadillas, en las que sigues ardiendo dentro de aquella vieja casa, pesadillas que me persiguen aún cuando la luz asoma entre los barrotes de la ventana.
Aún siento tus gritos en mi cabeza, tan claros que no puedo evitar taparme los oídos con mis manos, en un vano intento por parar el dolor que me provoca.
Aún siento todas tus heridas como si fueran mías. Me recuerdan que no fui capaz de sacarte de entre los escombros a tiempo, y no dejan que pase un minuto sin que pueda parar de pensar en que allí me tendría que haber quedado, a tu lado, juntos, hasta el final.

No sé por qué sigo escribiéndote cartas cada noche, aun sabiendo que no hallaré ninguna respuesta. Quizás el hecho de volverme loco después de perderte tenga algo que ver, pero no puedo remediarlo.
Buenas noches, descansa en paz.

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