Explosión

Hay mañanas en las que es mejor que Morfeo no se separe de nosotros, que nos mantenga en ese estado de paz transitoria, de tregua con nosotros mismos, al que llamamos sueño.
Esas mañanas en que desde el mismo instante en que abrimos los ojos, los pensamientos se centran en una persona, por inalcanzable que sea. Sentimos sensaciones tan dispares como euforia y sopor, tranquilidad y nerviosismo, ternura y frialdad.
Es increíble como una soleada mañana se torna en un nublado día, compuesto de nubes de pensamientos que te aíslan del mundo, convirtiendo a una persona que normalmente es un torbellino, un derroche de energía y alegría, en un lastimoso trapo viejo, usado, pisoteado, fruto de antiguas vivencias y experiencias que vuelven a un cerebro ansioso de encontrar esa conexión que lo devuelva a la vida, y que lo saque de esa desilusión y el intenso adormecimiento.
Cuando ya te estás acostumbrando a ese estado casi vegetal, aparece a tu lado la persona que en poco tiempo te muestra tanto cariño y confianza, que te mantiene comiendo de la palma de su mano, y que te devuelve a la vida, sacando de tu día esos grises nubarrones y esculpiendo en tu cara la más sincera sonrisa.
No se puede explicar con palabras el agradecimiento que siento hacia ti, ese amor irracional, tierno y puro que nunca se romperá.
Gracias otra vez.

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