Amor eterno

La noche cae tranquilamente desde el horizonte, llorando finas lágrimas sobre nuestros pálidos cuerpos, juntos, mientras las estrellas permanecen inmóviles y parpadeantes, en el cielo. La de hoy es una noche templada, ideal para pasear descalzos entre los antiguos mausoleos y tumbas.

Nuestros profundos nichos, que un día nos acogieron para no dejarnos escapar nunca más, están vacíos, carecientes de sentido.
Las gotas de lluvia resbalan por nuestros fríos y pálidos cuerpos, y la luna nos ilumina tenuemente, dándole a tu pelo un hermoso brillo y un aspecto fantasmagórico.
Me paso las horas mirándote a los ojos. Están tan bellos como la última vez que nos vimos con vida, aquella gélida noche en la que el mar nos tragó fundidos en un cálido abrazo. Como entonces, puedo verte a través de ellos. Puedo ver tu corazón, tus sentimientos, tu alma, mi alma.
Nuestros corazones, aunque están muertos, continúan palpitando al mismo ritmo, sincronizándonos perfectamente. Lo habría dado todo por que tu corazón aún siguiera latiente, rebosante de vida e ilusión.

Pero aquí estamos, juntos, contemplados por las estrellas, tirados en el suelo del cementerio, observándonos y acariciándonos suavemente la piel con nuestros dedos inertes, leyéndonos las mentes, haciendo que las palabras sobren.
Dos almas unidas para la eternidad, enterradas profundamente, a salvo del inexorable paso del tiempo.
El leve rumor del viento acoge nuestro idilio nocturno, y los primeros rayos del sol asoman tímidamente en la lejanía, avisándonos que nuestro tiempo se agota, hasta que nos volvamos a ver, la próxima noche.

Que descanses, amor.



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