El Conde Chusk, y la maldición del "Bastardo Parlante"

Capítulo 2: La bruja Árninesth.

El invierno había llegado al Valle del Thiedrar, con varios meses de antelación. Estaba siendo un invierno realmente terrible. Todo el valle poseía un aspecto lúgubre, una densa y negra bruma cubría cada palmo del terreno, los árboles, desnudos, crujían bajo los violentos vendavales, los tejados de las aldeas soportaban centenares de kilos de gélida nieve y ni un solo rayo de sol se atrevía a asomar entre las oscuras nubes.
Todo el valle parecía la viva imagen de la muerte.
Cosechas arruinadas, decenas y decenas de cabezas de ganado yacían muertas en las granjas, habitadas cada vez por menos granjeros, pues las hambrunas les expulsaban a golpe de entierro de aquél lugar.

En el arcano, los brujos estaban sumidos en una miseria inusual, asfixiados por los impuestos del condado.
Se concentraban en prepararse para la batalla. Todos los curtidores de la zona se afanaban en fabricar armaduras de cuero, los maestros rúnicos grababan runas de combate en los bastones de los brujos sin cesar y todos y cada uno de los aprendices de brujo pasaban los días de invierno practicando hechizos de escarcha y fuego, rituales de vinculación y transformaciones, con los que combatir a los fieros soldados del Conde Chusk.

Esa misma noche sería decisiva para el futuro del condado.

En el interior del castillo condal, la situación era similar.
Días atrás, uno de los mejores espías del Conde apareció con sus ropas y pelo chamuscados, informando de que había escapado del arcano cuando descubrió como los brujos se preparaban para iniciar una guerra.
Cuando el Conde Chusk oyó tan terrible noticia, abandonó rápidamente las fraudulentas cuentas del reino para dedicarse a dirigir los preparativos para la batalla.
Las fraguas inundaban el cielo de un negro y apestoso humo, los herreros reparaban armas y armaduras y en los establos se terminaba de herrar a los pesados caballos de guerra.
No podían dejar que los brujos se alzaran contra el condado y se hicieran con el poder.

Aquella noche de invierno aún no se ha borrado de mi memoria. Jamás he visto nada tan cruel. La lluvia violentamente, resonando en las armaduras de metal de los soldados, miles de relámpagos cruzaban el negro firmamento, como si fueran resplandecientes testigos de la carnicería que en aquellas tierras estaba a punto de comenzar.
El Conde presenciaba como sus tropas terminaban de cerrar las formaciones desde la muralla frontal de su castillo, y podía ver en la profundidad de la noche cientos de puntos naranjas que avanzaban lentamente hasta las proximidades del castillo. Los brujos ya estaban allí.

Las horas pasaban, y lo que parecía que iba a ser una rápida victoria por parte del malvado Chusk, se convertía en una despiadada y lenta batalla. Los hechizos de bolas de fuego y las flechas incendiarias iluminaban la fría noche, mientras que a ras del suelo los soldados y brujos peleaban fieramente.

Los brujos, viendo que la batalla parecía no tener fin, y que poco a poco el número de hechiceros descendía, decidieron mandar a un pequeño grupo de jóvenes aprendices hasta el castillo, para acabar con el Conde, y con ello, con la guerra.
Y así fue, el grupo de brujos, mediante un conjuro de teletransporte, lograron colarse tras las murallas del Conde, y deshaciéndose rápidamente de los guardias, consiguieron llegar hasta Chusk.
Le tenían guardada una sorpresa. Con un hechizo de vinculador encadenaron al conde a la dura piedra de la muralla, para tener tiempo suficiente para transformarle en un asqueroso ogro.
El ritual Chargorg, (bastardo parlante en la lengua antigua) comenzaba a surtir efecto, y podía verse como la piel del conde adquiría un tono grisáceo, costras negras cubrían su rostro y lo que antes era un buen matojo de pelo ahora era una calva llena de trasquilones.
Sin embargo,los labios del Conde no paraban quietos, articulaban unas extrañas palabras, algo que parecía lengua antigua.
De repente, un profundo y sonoro crujido paralizó todo el valle, la lluvia cesó y el frío desapareció por completo. La colina estaba comenzando a resquebrajarse, dejando salir a la superficie un apestoso gas verde.
De una de las grietas, surgió un terrorífico alarido. Más que un alarido parecía una risa, una risa horrenda que helaba la sangre.
Una figura gorda y deforme salió de la grieta surcando, el aire a gran velocidad, sin dejar reír y dirigiéndose al campo de batalla, comenzó a gritar "aiithllu!, aiithllu!, aiithllu!", (lo que años después averigüé que en lengua antigua significaba "que te como!") y a cada palabra que pronunciaba, decenas de brujos eran engullidos por aquella figura deforme.
Era la bruja Árninesth, un extraño ser que habitaba en las profundidades de una cueva, que solía aparecer en las guerras más crueles, y que sin saber muy bien cómo, había invocado el Conde Chusk.
Con este último y terrible acto en su miserable vida, condenó a los brujos a ser devorados uno tras otro.

Si las esperanzas de ganar la guerra y traer la justicia al condado eran escasas, con la aparición de la terrible Árninesth, esas esperanzas se esfumaron por completo.
Sólo un milagro podría cambiar el funesto destino que aguardaba al Valle del Thiedrar.

Continuará...

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